S.E. El Presidente de la República, Sebastián Piñera, acompañado por la Ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, asiste a la exposición “Legado de un Republicano, Centenario de Patricio Aylwin”.
Muy buenas tardes, amigas y amigos:
Estamos reunidos en esta Biblioteca Nacional para conmemorar los 100 años desde el nacimiento del Presidente Patricio Aylwin Azócar y también para inaugurar una exposición, cuyo nombre refleja muy bien su profundo significado “Legado de un Republicano”, legado de un hombre que entregó su vida al servicio de nuestro país.
La vida del Presidente Aylwin estuvo cruzada por muchas paradojas y también por muchos momentos estelares. Nació en medio de la Primera Guerra Mundial, lo que muchos piensan que fue el inicio del siglo histórico, el siglo XX, porque los siglos históricos no siempre coinciden con los siglos cronológicos, un siglo que fue corto y lleno de contrastes. El siglo de las Guerras Mundiales; de los dos experimentos sociales que -en mi opinión- más más muertes y dolor significaron a la humanidad, como el nazismo y el comunismo; el siglo de la Guerra Fría; el siglo de las grandes conquistas y avances en materia de ciencia y tecnología.
Pero a Patricio Aylwin también le tocó vivir el término de ese siglo, porque ese siglo terminó el año 1989, junto con la caída del Muro de Berlín, la Cortina de Hierro, el Imperio Soviético, y el surgimiento de un siglo nuevo, que tal vez Patricio Aylwin pensó que no era su siglo, pero lo fue.
Pocos hombres, pocos políticos en la historia de la humanidad les ha tocado ejercer y jugar roles tan estelares, en dos siglos distintos y también en dos momentos estelares de la historia de nuestro país. Porque Patricio Aylwin jugó un rol muy importante el año 1973, cuando como Presidente de la Democracia Cristiana y de la Confederación Democrática, opositora al Gobierno de la Unidad Popular, buscó por todos los medios y agotó todos los caminos para encontrar una salida democrática a la grave crisis política, económica y moral, que afectaba a nuestro país ese año 1973.
Sabemos que no tuvo éxito en esa misión. Yo pienso que en esos tiempos nuestra democracia estaba enferma, enferma de divisiones, de proyectos totalitarios y excluyentes, de validación de conductas violentas, de incapacidad de diálogo, de falta de amistad cívica. Y el desenlace de esa crisis fue el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y el quiebre definitivo de nuestra democracia, que es la forma natural de vida del pueblo chileno. Y junto con ese quiebre de la democracia, todas las consecuencias que ello significó durante largos años para nuestro país y nuestros compatriotas.
Quiero reiterarlo una vez más: ningún contexto explica ni explicará jamás, justifica ni justificará jamás, atropellos a los derechos humanos, los cuales deben ser siempre defendidos en todo tiempo, en todo lugar y en toda circunstancia. Fue en esa época cuando el Presidente Aylwin dijo que “pertenecía a una generación fracasada”, queriendo decir que era parte de una generación que no había sabido o no había podido resguardar y proteger nuestra democracia.
Pero la vida le tenía muchas sorpresas al Presidente Aylwin, y la vida fue muy generosa con el Presidente Aylwin y le dio nuevas y formidables oportunidades para contradecir esa afirmación y para ejercer su liderazgo.
Primero, porque como Presidente de la Democracia Cristiana y de la Concertación por la Democracia y luego Concertación por el NO, Patricio Aylwin lideró con especial sabiduría, firmeza y prudencia a la entonces Oposición hacia una gran victoria de nuestra democracia en el plebiscito del 5 de octubre de 1988. Sin duda, ese 5 de octubre fue un día luminoso y esperanzador para nuestra democracia, porque abrió las puertas hacia una transición ejemplar que nos permitió recuperar nuestras libertades, recuperar nuestra democracia y recuperar el respeto por los derechos humanos de todos.
Pero no terminó ahí el aporte y el ejercicio del liderazgo del Presidente Aylwin. Todos sabemos que, en la mayoría de los casos, la historia nos enseña que las transiciones de regímenes autoritarios hacia gobiernos democráticos ocurren en medio de crisis política, caos económico y violencia social. Y que, muchas veces, las democracias nacen débiles y a poco andar tropiezan. Nada de eso ocurrió en Chile y yo estoy seguro que hago honor a la verdad al afirmar que una parte importante de ese mérito se lo debemos a la sabiduría, la firmeza y la prudencia con que el Presidente Aylwin supo liderar esa transición.
No fue el único, yo sé que fueron muchos los que lucharon por recuperar nuestra democracia en forma ejemplar, pero el Presidente Aylwin tenía un nuevo encuentro con la historia, porque como primer Presidente de la recuperada democracia, le tocó liderar un gobierno que enfrentaba enormes desafíos.
Y recuerdo muy bien, porque me tocó en esos tiempos lograr hacer algún aporte -junto a muchos otros desde el Senado- lo que fue el espíritu de esos primeros años de la década de los 90; la colaboración, el compromiso, la voluntad de todos de contribuir a que esa naciente democracia pudiera avanzar sobre pies sólidos, construir sobre roca y no sobre arena.
Fue entonces, y con el espíritu de la democracia de los acuerdos, que los chilenos logramos iniciar y construir años virtuosos para nuestro país.
Durante esos años pudimos avanzar en la búsqueda de verdad, justicia y reparación en materia de derechos humanos, en normalizar las relaciones cívico-militares, en reinsertar a Chile en la comunidad internacional, en dar fortaleza y estabilidad a esa democracia que daba sus primeros pasos, en legitimar la economía social de mercado, en impulsar el desarrollo económico y en reducir la pobreza.
Pero talvez lo más importante -y aquí la mano del Presidente Aylwin se sintió fuerte y clara- fue el poder avanzar también en empezar a sanar heridas que se habían ido gestando y agravando durante décadas y décadas de odios y divisiones entre los chilenos, y que tanto dolor y sufrimiento le causaron a nuestros compatriotas, y en empezar a recuperar esa cultura que era tan propia de la sociedad chilena, esa cultura cívica, esa cultura republicana, esa cultura de respeto por los derechos humanos.
Y yo estoy seguro que fue durante estos momentos estelares de la historia de nuestro país, cuando el Presidente Aylwin vivió sus días más luminosos, mostró sus mejores virtudes e hizo sus más valiosos aportes.
No puedo recordar al Presidente Aylwin sin también recordar a mi padre, quien fue su amigo de toda una vida, fueron prácticamente contemporáneos. Y todavía nos emociona a nuestra familia el recordar al Presidente Aylwin cargando el ataúd el día en que mi padre falleció, y también siempre voy a agradecer que durante mi primer período como Presidente de todos los chilenos, siempre que le pedí un apoyo, un consejo, un aporte, el Presidente Aylwin siempre tuvo la generosidad, la disposición y la sabiduría para colaborar en los temas que le interesaban a todos los chilenos.
No puedo dejar de preguntarme ¿qué nos diría hoy el Presidente Aylwin? Yo estoy seguro que nos llamaría a ennoblecer la política, a buscar los caminos del diálogo y los acuerdos, a cultivar la amistad cívica, a ocuparnos de los más vulnerables, y también a comprometernos con ese amor, compromiso por la patria y por todos nuestros compatriotas.
El Presidente Aylwin tuvo una vida plena, fecunda en muchos campos -y se ha recordado en esta sala- en el campo del derecho, de la justicia, en el campo de la academia, pero tal vez donde sus aportes son más notables, más valiosos y van a ser más reconocidos, fue en el campo de la política y el servicio público.
El Presidente Aylwin no solamente hizo aportes valiosos y fecundos en esos campos, también conformó una gran familia, junto a Leonor y sus 5 hijos, sus nietos y todos sus seres queridos. Y murió, yo creo, como un buen cristiano en paz con Dios; murió como vivió, junto a sus seres queridos, a su mujer, a sus hijos, con el respeto, el cariño y la gratitud de su pueblo.