Presidente de la República Gabriel Boric Font participa del acto inaugural de la conmemoración de 50 años del golpe de Estado por parte del Consorcio de Universidades del Estado

2 AGO. 2023
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S.E. el Presidente de la República, Gabriel Boric Font, participa del acto inaugural de la conmemoración de 50 años del golpe de Estado por parte del Consorcio de Universidades del Estado (CUECH)

Estimados y estimadas, a toda la comunidad universitaria, a los trabajadores, a los estudiantes, a los académicos, a las agrupaciones de derechos humanos que, pese a todo, han mantenido la llama de la memoria ardiendo, quiero agradecerles este espacio.
 
Hace tiempo que no venía la Usach, a la UTE, lo habíamos hecho en otros planes como estudiante, pero hoy como Presidente de la República es un honor estar aquí con ustedes y con la comunidad de las universidades estatales.
 
Es imposible no emocionarse al estar aquí y el breve acto que acabamos de hacer, de la plantación de los árboles, porque lo que aquí ocurrió como el bombardeo y el incendio de La Moneda del 11 de septiembre o el bombardeo también —digámoslo en voz alta para que se sepa— a la casa central de la Universidad Técnica del Estado el 12 de septiembre, nos muestran la pretensión del carácter definitivo, fundacional y criminal que la dictadura asumió desde un primer momento, mediante el recurso a la violencia unilateral injustificada y extrema. Su intención, como dijera el general Leigh en su momento, era extirpar el cáncer marxista.
 
Por lo tanto, se equivocan profundamente quienes pretenden separar al golpe de lo que vino después. El golpe fue criminal desde el minuto uno y así nos lo recuerdan los asesinados de La Moneda, así nos lo recuerdan los asesinados y detenidos en las poblaciones, en las fábricas. Solo que el cáncer marxista al que se referían en ese momento las autoridades impuestas de la época, eran chilenos, eran chilenas comunes y corrientes, militantes algunos, muchos otros no militantes, campesinos, obreros que estaban comprometidos con un proyecto de cambio y transformación social en democracia.
 
Y es que no había tal cáncer al que aquellas autoridades, respaldadas por civiles cobardes, temían. Había mujeres, había trabajadores, había estudiantes, había profesionales jóvenes, había personas mayores técnicos, pobladores, campesinos, dirigentes sindicales y dirigentes sociales. Compatriotas sobre los cuales se abatió la represión, la tortura y la muerte, que fueron cuidadosamente planeadas, aplicadas sistemáticamente con premeditación y usando para ello todos los recursos del Estado que tenían disponibles, con plena conciencia de las autoridades de la época y de los civiles que los acompañaban.
 
Se usó una violencia que nuestra historia, que ha sido también generosa en violencias, no había visto nunca porque esta vez se trató, como lo refrendaron los informes Valech y Rettig, de una política sistemática, institucional, intencionada y planificada. Y eso no puede morigerarse, esconderse ni pretender empatarse.
 
En el Chile del 11 de septiembre de 1973 y los 17 años que siguieron no hubo guerra, hubo masacre unilateral. Pero en medio de esa violencia, como respuesta a esa violencia desde el día uno la dignidad como la expresada en las palabras del rector Kirberg, en donde nos recordaba que las armas de la universidad son el conocimiento, la ciencia y la cultura, pero también la solidaridad, la ternura, los afectos, la organización y la resistencia pusieron un muro de contención a esa violencia.
 
Fue la generosidad de cientos, miles de personas anónimas que hoy tenemos el deber de recordar. Además, porque, como le decía a una de las hijas de una de las personas asesinadas en la Caravana de la Muerte —que nos acompaña aquí—, si no fuera por su padre o por tu hermano, si no fuera por los que cayeron y por los que resistieron, nosotros, en particular me atrevo a hablar por nuestra generación, no estaríamos aquí.
 
Y tenemos, más que una deuda, un compromiso permanente porque guardamos los mismos principios. Defendemos convicciones que se unen, que se trenzan a lo largo de su historia que pretendieron destruir. Y eso no se nos va a olvidar jamás, aunque a algunos les gustaría que nos arrepintamos de nuestras convicciones o que las reneguemos y escondamos. Les decimos, hoy con mucha fuerza, que no olvidamos y que están presentes hoy y siempre con nosotros.
 
Estuve hace poco en una gira en algunos países de Europa y era emocionante poder ver la solidaridad internacional que todavía pervive y la admiración que hay por Chile con sus luces y sus sombras.  Y esa solidaridad internacional movilizó recursos, aisló a los golpistas, hizo de Chile una causa global y solamente las dictaduras de su mismo signo fueron aliadas y cómplices de la junta y de sus esbirros.
 
Es muy notorio, como recordaba en un encuentro que tuvimos en la Municipalidad de París, como a cualquier lugar que uno va en el mundo se encuentra con un recuerdo del presidente demócrata y socialista Salvador Allende, y en su nombre y a través suyo, también, de todos quienes lo acompañaron en ese proceso por hacer de Chile un país más justo, y como no se encuentra en ninguna parte ningún homenaje a su vil sucesor.
 
Hoy vale la pena recordar que lo que se hizo durante la dictadura no fue sólo la muerte, la tortura, la desaparición y ejecución, sino también se hicieron cambios políticos profundos que no hubiesen podido realizarse en democracia, y eso lo sabían perfectamente. Y, por lo tanto, nuestro deber de recordar va hacia quienes sufrieron, y hacia la democracia que perdimos.
 
Y lo que instauraron, en vez, el sistema de pensiones que tenemos en Chile, el desmantelamiento de las universidades, la municipalización de la educación, los incentivos a industrias extractivas o la privatización del sistema de salud son obras de ese entonces que no hubiesen pasado ningún test democrático y que hoy, con mucho esfuerzo, estamos tratando de revertir para poder construir algo tan sencillo, tan obvio como un país más solidario, más justo, en donde cada uno de nuestros compatriotas y de quienes habitan nuestra patria no tengan sólo que salvarse por sí mismos, sino que, como sociedad, entendamos que juntos podemos mucho más que separados.
 
Confieso que me preocupa que en estos actos nos hablemos sólo entre quienes estamos convencidos de aquello porque si invitara hoy a levantar de la mano a quienes, legítimamente, profesen o tengan convicciones que se alinean con la derecha política, seguramente, sospecho, serían pocos en este acto.
 
Creo que tenemos dos problemas porque esa derecha política ha ido retrocediendo respecto a lo que se había ido instalando como consensos sobre la valoración irrestricta de la democracia y, por ende, la no justificación de un golpe de Estado para solucionar los problemas políticos. Un diputado de derecha lo decía hace poco, textual: “Yo justifico el golpe de Estado”. Y eso nos debe llevar a la máxima preocupación porque las opiniones en democracia son legítimas, lo que no es legítimo y debiera ser consenso es seguir justificando que el bombardeo a La Moneda y la muerte, desde ese mismo instante, y la instauración de una dictadura es una manera de solucionar los problemas de la democracia.
 
Eso, compatriotas, desde mi punto de vista, como Presidente de la República, no es parte del debate democrático. Y, por lo mismo, las violaciones a los derechos humanos de quienes pensaron distinto, en su momento, no son justificables tampoco bajo ninguna excusa. Y esperaría que pudiéramos llegar a ese consenso:n los problemas de la democracia se resuelven con más democracia y no con menos, y nada justifica la violación a los derechos humanos de nuestros compatriotas.
 
Para eso vamos a trabajar incansablemente, pero veo con preocupación que hay un sector de la política chilena que hoy no afirma con claridad esos principios y creo que tenemos que debatirlo abiertamente. También, me preocupan, y esto es un deber nuestro, no es echarle la culpa a nadie, a las nuevas generaciones, porque la valoración de la democracia en el mundo ha ido cayendo y se da por obvia.
 
La democracia tiene diferentes amenazas y es deber de todos protegerla. Y, para eso, necesitamos que sea efectiva, necesitamos que la democracia pueda solucionar los problemas de la ciudadanía. Cuestiones tan simples como entregar pensiones dignas a las personas mayores que han trabajado toda una vida y que hoy reciben menos del sueldo mínimo producto de su esfuerzo es algo que debiera ser consenso nacional, mejorar el acceso a la salud, el acceso a la vivienda, la calidad de nuestra educación debiera ser consenso nacional. Y, sin embargo, nos seguimos encontrando con que, por diferencias políticas, que podrán ser legítimas y que les corresponde otro espacio, hay quienes prefieren ni siquiera sentarse a la mesa a discutir cómo resolver esos problemas. Eso, también, compatriotas, debilita la democracia.
 
Hoy las universidades cumplen un rol fundamental en estos debates —y por eso es un tremendo honor para mí estar acá—, son trincheras abiertas de resistencia frente a la barbarie, pero también son espacios de creación de futuro. Tal como esos árboles que plantamos recordando a los 88 asesinados detenidos desaparecidos de la UTE o ese camino hermoso desgarrador que recorrimos con los 264 asesinados y desaparecidos de las universidades estatales nos recuerda que acá se está sembrando esperanza y que, a través del conocimiento, la cultura, la creación artística y la ciencia, estamos construyendo un país nuevo, un país que sea más justo, un país que sea más humano, un país en donde nos sintamos orgullosos de mirarnos a los ojos y decirnos que vamos a salir juntos adelante, no sólo compitiendo, sino colaborando.
 
Esta conmemoración de 50 años del quiebre de la democracia nos pilla en Chile en un momento difícil políticamente, en donde hay algunos, incluso, que plantean abiertamente que quieren hacer retroceder el derecho a elegir de las mujeres sobre su propio cuerpo en lo que hemos avanzado gracias al movimiento feminista durante los últimos años, por ejemplo, con la Ley de Aborto en Tres Causales: “Cuando seamos mayoría —dicen— vamos a derogarlo”.
 
Quiero decirles que, frente a eso, van a encontrar no solamente partidos políticos e instituciones, sino un pueblo firme para decir que no, que vamos a seguir defendiendo los derechos de quienes han sido excluidas, que han sido discriminadas durante demasiado tiempo en nuestro país. Lo vamos a hacer con firmeza, lo vamos a hacer con democracia y lo vamos a hacer con convencimiento.
 
Hoy, estimados y estimadas, hacernos cargo de los problemas de fondo, algunos de ellos que se arrastran por años, es una manera de rendir homenaje a quienes ya no están con nosotros, quienes fueron exterminados o quienes se fueron, por el paso del tiempo, sin ver toda la justicia que merecían.
 
Desde acá, desde la universidad, desde las universidades, les decimos con mucho cariño, con mucho orgullo y también con mucha responsabilidad que, tal como ellos y ellas, seguimos no sólo soñando, sino soñando y trabajando por un Chile más humano, más justo y más libre. En eso estamos.
 
Muchas gracias.