Siguiendo los actos conmemorativos por los 50 años del Golpe de Estado, el Presidente de la República, Gabriel Boric Font, encabezó el acto central realizado en la Plaza de la Constitución, que constó con la participación de más de 3000 personas.
El emotivo encuentro inició con el himno nacional interpretado por Valentín Trujillo, para dar paso al baile de la Cueca Sola. Le siguió la declamación de poemas de Elicura Chihuailaf y Elvira Hernández.
Luego de un minuto de silencio realizado a las 11:52 hrs, momento en el cual hace 50 años fue bombardeada La Moneda, subieron al escenario para realizar declaraciones Estela de Carlotto, presidenta de la organización de Abuelas de la Plaza de Mayo, la senadora Isabel Allende, y por último el Presidente. Para cerrar, el acto contó con un show musical de Mon Laferte, Yorka y Pascuala Ilabaca.
Las palabras completas del Mandatario fueron las siguientes:
Muy buenos días a todas y a todos:
En primer lugar, saludo al pueblo de Chile que nos acompaña desde esta plaza y desde todas las plazas. Saludo a las agrupaciones y organismos de derechos humanos aquí presentes y a todos quienes nos acompañan presencialmente o desde sus casas y lugares de trabajo. Por cierto, a nuestros invitados que han viajado, en algunos casos desde muy lejos, en algunos casos por breves horas, pero que han hecho un esfuerzo por acompañarnos porque sabían lo importante que era para nosotros y, también, lo importante que había sido para ellos este momento.
A los presidentes en ejercicio Luis Arce de Bolivia, Gustavo Petro de Colombia, Andrés Manuel López Obrador de México, Luis Lacalle Pou de Uruguay, António Costa, primer ministro de la República Portuguesa y a Peter Tschentscher, presidente del Consejo Federal de Alemania. A los exmandatarios y exmandatarias Ernesto Samper y Juan Manuel Santos de Colombia, a Laura Chinchilla de Costa Rica, a Felipe González de España, a Tarja Halonen de Finlandia, a Pepe Mujica de Uruguay y Massimo D'Alema de Italia.
También, a todos los ministros y ministras de delegaciones oficiales y no oficiales, a los que representan a la cultura, el arte, la música, el rock y, también, la rebeldía. A los representantes de organizaciones internacionales, a los activistas que han venido desde tan lejos para acompañarnos en esta conmemoración.
También, por cierto, agradezco a las autoridades nacionales, a mis colaboradores, a los Poderes del Estado presentes y, en particular, al expresidente Ricardo Lagos y a la expresidenta Michelle Bachelet.
Compatriotas, queridos amigos y amigas:
Hoy, como han dicho quienes me antecedieron, aunque también con una sonrisa imborrable, Estela, con una emoción inconmensurable, Isabel, conmemoramos una fecha que es dolorosa y que es, sin duda, un punto de inflexión en nuestra historia, en una historia que es compartida, que trajo muerte, que trajo sufrimiento, persecución y pobreza a nuestra patria.
Hoy recordamos a quienes defendieron la Constitución y las leyes cuando hace 50 años el estado de derecho caía avasallado detrás nuestro por la fuerza de aviones, tanques y armas y la insolencia de la traición y la sedición.
Hoy, también, llevamos en nuestros corazones a quienes, desde el primer día, fueron perseguidos por sus ideas, murieron o fueron hechos desaparecer, conocieron la cárcel, la tortura, la relegación y el exilio. Por eso es muy importante afirmar con claridad que no es separable el Golpe de Estado de lo que vino después, desde el mismo momento del Golpe de Estado se violaron los derechos humanos de los chilenos y chilenos.
Es también un día, compatriotas, para detenerse a pensar en las y los ausentes. Recordar con cariño y agradecimiento a quienes, desde el primer día, se dedicaron muchas veces de manera anónima a salvar vidas. Reconocer, también, la solidaridad internacional que se extendió desde las primeras horas del Golpe, recordar a todas aquellas personas anónimas que protegieron a los perseguidos y que apoyaron a los desamparados cuando, de un minuto a otro, toda la fuerza del Estado se volvió en contra de ellos.
Es también, queridos ciudadanos, un día para hacer aprendizaje, qué hemos aprendido en estos 50 años y fortalecer, de esta manera, nuestra convivencia. Por ello es que, tal como recordaba la senadora Isabel Allende, valoro profundamente que, en conjunto con los expresidentes vivos de Chile, Eduardo Frei Ruíz-Tagle, Ricardo Lagos Escobar, Michelle Bachelet Jeria y Sebastián Piñera Echenique, hayamos firmado juntos el Manifiesto por la Democracia Siempre, porque es en la diversidad y entre quienes piensan distinto con quienes podemos construir una sociedad mejor.
También, agradezco a los mandatarios, a exmandatarios, a personalidades extranjeras que, con el mismo espíritu, rubricaron su firma en el Compromiso de Santiago que persigue los mismos objetivos con una mirada global, conscientes de que las amenazas a la democracia no se limitan ni se constriñan a las fronteras nacionales. Ese compromiso puede parecer poco, pero para los tiempos que corren no lo es, es un compromiso importante en la medida en que sea asumido transversalmente por quienes legítimamente pensamos distinto, porque sólo de esa manera podremos cuidar la democracia.
Por eso hoy es, también, un día para hablar del presente y del futuro. Y, como lo he dicho antes, soy un optimista empedernido sobre el futuro de Chile, de América Latina y del mundo. Sé que enfrentamos muchísimas dificultades, que en estos días la lluvia golpea a Chillán y los efectos de la misma a Licantén, que la sequía ha afectado fuertemente a repúblicas hermanas, que la pobreza y la desigualdad siguen desgarrando fuerte a nuestra gente alrededor de nuestra América Latina.
Pero quiero decirles, con total convicción y certeza, que si nos unimos podemos salir adelante, que cuando somos capaces de poner por delante el bienestar de nuestros pueblos por sobre nuestras diferencias, sale siempre lo mejor de nosotros y nosotras, y que la sonrisa morena latinoamericana es contagiosa y movilizadora.
Por eso, compatriotas, desde este Santiago refulgente después de la lluvia, proclamamos con mucha convicción que nunca más la violencia sustituya en nuestra convivencia el debate democrático. Y hoy decimos ante Chile y el mundo: Democracia, hoy y siempre.
Así, en este contexto, nos encontramos ahora para recordar esa incómoda, pero imprescindible verdad a la cual tenemos que hacer frente, aquella que nos dice que la democracia no está garantizada y que todos los días debemos trabajar transversalmente para protegerla. Que con independencia de nuestras diferencias y de las coyunturas, por grandes que estas sean, hay un bien mayor que debe unirnos.
También, es un buen día para recordar que un permanente desafío de la democracia en no dejar de atender las señales de frustración que atraviesan a la sociedad entera, referida a la promesa de mayor bienestar, de igualdad, de justicia, de pensiones dignas para quienes han trabajado toda su vida, de reconocimiento al trabajo no remunerado de las mujeres, de la repartición más justa de la riqueza, del cuidado del medio ambiente, del respeto a nuestros pueblos originarios, del cuidado de los niños y niñas de nuestras patrias.
Es momento de que seamos capaces de mirar más allá, levantar la cabeza y de poner rencillas en favor de cuidar nuestra democracia. La mejor cuña no siempre es la mejor solución, debemos usar la democracia para resolver los problemas del pueblo y no las disputas pequeñas de sus autoridades.
Los quiero invitar, chilenos y chilenas, y también desde acá a quienes nos escuchan en el resto del mundo, a reivindicar la primacía y la vigencia universal de los derechos humanos en sus dimensiones jurídica, política y ética, y reivindicar esta carta que nos permitió contar por primera vez con normas fundadas en la dignidad y el valor de la persona humana sin cuestionamiento alguno y sin diferencia alguna.
Y, también, me atrevo, en esta conmemoración, a reforzar el aprendizaje y la reflexión de las fuerzas progresistas y de izquierdas sobre nuestros propios procesos. La democracia es el único camino para avanzar hacia una sociedad más justa y humana y es, por lo tanto, un fin en sí mismo no meramente instrumental y la violencia política no cabe dentro de ella.
Los cambios estructurales a los que aspiramos deben ser respaldados por amplias mayorías y es nuestra labor convencer a ser parte de esos procesos a esas amplias mayorías y no culparlas ante nuestros propios fracasos. Ni el mundo ni un país parten nunca de cero, somos siempre herederos de lo que construyeron nuestros antecesores y debemos ser capaces de aprender de sus luces y de sus sombras.
Nuestra unidad de las fuerzas progresistas es más importante que la tentación de la permanente división identitaria y no importa el color del régimen que viole los derechos humanos sea rojo, azul o negro, estos deben ser respetados siempre y su vulneración condenada sin matiz alguno.
Como decía Estela, lo que pasó en Argentina, lo que pasó en Uruguay, lo que pasó en Chile le debe doler a los que les pasó y a los que no les pasó, porque al final del día somos una comunidad. Por eso, también, nos duele el dolor de otros países.
El Golpe de Estado y la dictadura chilena, La Moneda bombardeada y la muerte del presidente Salvador Allende estremecieron a millones de hombres y mujeres alrededor del mundo. Los que habían visto en Chile una esperanza de cambios profundos en democracia y pluralismo en favor de la justicia social, en donde con esa famosa frase de que nuestro camino, nuestra vía chilena era “con empanadas y vino tinto”, y eso quería decir con democracia, pluralismo y libertad, era un camino de cambios en favor de la justicia social, respetando siempre los derechos de las minorías.
Después de la tragedia, países de todo el globo recibieron a miles de nuestros compatriotas que, de un día para otro, lo perdieron todo y debieron comenzar una nueva vida en lugares tan lejanos, y hasta ese momento ajenos, como Malmö, París, Moscú, Maputo, Ciudad de México, Caracas, La Habana, Sídney y tantos otros lugares que acogieron a los refugiados chilenos y chilenas.
Fueron compatriotas de Lota, de Calama, de La Granja o de Valparaíso que llegaron a esos lugares lejanos gracias a la generosidad, valentía y coraje inestimable de, muchas veces, gente anónima, de personas que sin tener obligación alguna decidieron salvar vidas. Vaya hoy, como lo hicimos ayer en la embajada de México, hace un tiempo en París, como lo hemos hecho con Suecia o también en Venezuela, nuestro homenaje a los diplomáticos extranjeros que hicieron sus mejores esfuerzos en momentos durísimos de nuestra historia, que se enfrentaron al miedo y al terror, que desafiaron a la dictadura para poner un poco de humanidad en la mirada de los perseguidos, de sus parejas y sus hijos.
Como ustedes saben, pertenezco y no sólo yo, sino buena parte de mi Gobierno a una generación que no vivió el Golpe de Estado, que en algunos casos recuerda remotamente los finales de la dictadura, porque fue dictadura hasta el final y el 4 de septiembre de 1989 asesinaban en Avenida Bulnes a Jécar Neghme. Una generación que recuerda los últimos años de la dictadura o las complejidades de los primeros años de la transición, pero que ha gozado de los beneficios de vivir en democracia.
Así como yo, la mayoría de los chilenos que hoy habitan nuestra tierra nacimos después del 11 de septiembre de 1973. ¿Qué sentido tiene, entonces, rememorar algo que pasó hace 50 años? Por eso, desde este podio, quiero hablar a las nuevas generaciones, a las que crecieron o nacieron en democracia y que, por lo tanto, la dan por hecho. Quiero que sepamos, que entendamos, que atesoremos que el sacrificio de quienes nos antecedieron en la historia larga de nuestra patria nos interpela a cuidarla día a día. Y los invito a pensar a cada uno de ustedes no sólo en formato de discurso, sino de verdad a cada uno de ustedes, en sus padres, en sus madres, en sus abuelos o en sus abuelas o incluso en sus antecesores más lejanos.
Piensen en aquellos que vinieron del campo a la ciudad, en la mujer pampina que llegó a Iquique a comienzos del siglo pasado buscando una vida mejor después de las salitreras. En los obreros sindicalizados, que arrebataron con huelga su derecho de descanso en los años 20. En el trabajador manual, en el artesano que aprendió a leer con el auge de la educación pública de los años 30. En las mujeres, que valientemente se organizaron y exigieron su derecho a ser ciudadanas plenas en la década de los 40.
Pensemos, compatriotas, y cada uno de ustedes tiene en su familia una historia, un pasado que recordar en la familia campesina, que recién en los años 60 se liberó el yugo del inquilinaje, después de siglos de este nuevo tipo de esclavitud. En el niño desnutrido, que en los 70 recibió por primera vez su medio litro de leche y, también, en los jóvenes de los 80 que hoy nos acompañan en el gobierno, que lucharon para recuperar la libertad perdida. Pensemos en el homosexual o la mujer lesbiana que en los 90 exigió que se respetara su identidad silenciada y largamente vulnerada.
La democracia, compatriotas, es una construcción continua, es una historia de nunca acabar y los beneficios de los que gozamos hoy, las libertades que hoy pudieran parecernos insuficientes y tan naturales, fueron conseguidas y consolidadas a punta del esfuerzo de quienes nos antecedieron y, muchas veces, de su sufrimiento.
Por eso, y en particular a las nuevas generaciones, les invito a salir de las pantallas, a levantar la vista y preguntarse ¿qué estamos haciendo hoy nosotros y nosotras por los que vendrán?
Hace 50 años ese continuo avance histórico, a veces lento, a veces insuficiente, pero continuo, de conquistas para la dignidad del pueblo se vio amenazado y truncado. Pero aún en la noche más oscura hubo quienes valiente y anónimamente lucharon para que no perdiéramos lo que con tanto esfuerzo habíamos avanzado, los que guardaron un pedacito de historia para contarla, los que grabaron un casete y lo pasaron de mano en mano, los que enterraron sus libros. Eso tuvo un costo que, en muchos casos, fue demasiado alto.
Y al igual que nuestras propias heridas físicas, cuando estas no cicatrizan de buena manera, el dolor permanece, pero, además, en el caso de las heridas del corazón, de las heridas del alma, las heridas se transmiten de generación en generación.
Por eso, hoy tenemos la responsabilidad de afrontar lo sucedido en esos años con verdad, justicia y reparación, y sólo asumiendo las deudas del pasado y sanando realmente esas heridas, cosa que no se puede decretar desde una carta al diario o desde una interpelación a las víctimas, será posible una convivencia en armonía y la construcción de una sociedad que se proyecte humanamente hacia el futuro.
Sabemos que el Golpe de Estado, y seamos capaces de decirlo, el Golpe de Estado, trastocó profundamente la vida de todas y todos los chilenos, no sólo de quienes militaban en los partidos políticos de la Unidad Popular o creyeron en el proyecto que representó esta alianza política. Y es que un proyecto encabezado por un hombre de impecable trayectoria democrática, que fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y las leyes y así lo hizo, ese hombre, Salvador Allende, por ese compromiso y consecuencia, a 50 años de distancia, el mundo le sigue rindiendo homenaje y lo respeta.
Hay, a veces, quienes nos instan a que escondamos su nombre. Sin embargo, como bien decía Isabel, cuando uno va a prácticamente cualquier país democrático en el mundo, se encuentra con el nombre de Salvador Allende. Pero no sólo eso, en nuestra patria, y esto lo cuento como experiencia personal porque él, como otros hombres y mujeres de su época, recorrieron largamente el país de sur a norte, y me ha tocado, muchas veces, encontrarme en pueblos pequeños, en pueblos olvidados con personas que me dan la mano y me dicen con emoción: “Yo le he dado la mano a dos presidentes, a Salvador Allende y hoy a usted”.
Y en esa mirada ajada, en esa mirada en donde se adivinan lágrimas de los recuerdos vividos y en esas manos rugosas que aprietan con esperanza, siento, chilenos y chilenas, el peso de la historia larga de nuestra patria.
Por eso, en un día como hoy, cabe recordar a todos quienes han recorrido aquella historia y hay quienes acompañaron y acogieron el dolor del momento en que ella se truncó porque sabemos que en medio del terror se levantaron organizaciones, con dificultad, con amenazas, a las que hoy les rendimos homenaje como fue, por ejemplo, el Comité Pro Paz, la Vicaría de la Solidaridad, la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas, las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos que golpearon todas las puertas habidas y por haber, los familiares de los presos políticos, de los ejecutados políticos, de los relegados y exiliados, el Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, la Fundación de la Protección de la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia, la Comisión Chilena de Derechos Humanos, el Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (Codepu), el Servicio de Paz y Justicia de Chile, la Comisión Nacional de Derechos Juveniles, entre tantos otros y otras no sólo en Santiago, a lo largo de toda nuestra patria.
Todos ellos y ellas merecen nuestro reconocimiento por hacer valer, en esos momentos duros, la dignidad y la solidaridad en tiempos que eran oscuros y en donde, no con su discurso, con su acción humilde, muchas veces anónima, sacaban a relucir lo mejor de la humanidad. Son las agrupaciones de los familiares y de los sobrevivientes, organizaciones de derechos humanos y sitios de memoria las que han mantenido, pese a todo, pese a la negación, pese a la incomodidad de muchos, siempre en alto las demandas de verdad, justicia, reparación, memoria y garantías de no repetición.
Hay, compatriotas, quienes hoy nos critican por estar junto a ellas, por marchar junto a ellas, por declararnos sus deudores, pero, a la vez, sus cómplices. Y les digo, con mucha convicción y, también, con mucha tranquilidad, que no me arrepiento un segundo de estar junto con mi Gobierno del lado de quienes sufrieron, y que la unidad y la reconciliación no se consiguen con neutralidad ni distancia, sino que, poniéndose, indiscutiblemente, del lado de quienes fueron víctimas del horror.
La reconciliación, queridos compatriotas, no pasa por pretender empatar las responsabilidades entre víctimas y victimarios, sino haciendo todo lo que esté a nuestro alcance por encontrar la verdad, la justicia y comprometernos a, como cantaron con fuerza las mujeres chilenas ayer afuera de La Moneda: Nunca Más.
Esa responsabilidad, sin embargo, la debió haber asumido en todo momento el Estado. Y, por eso, hemos tomado la determinación de dar un nuevo paso adelante, y como dijimos, en esta misma plaza hace apenas unos días, a fecha de hoy aún desconocemos el paradero de 1.162 compatriotas, mujeres, hombres, adolescentes, niños y niñas.
Es tiempo de subsanar esas ausencias, de corregir las faltas, de reparar el daño para proyectarnos más allá de nuestros dolores porque, a pesar del esfuerzo que reconocemos y valoramos que se hizo a través de diferentes instancias tremendamente importantes en su momento, como el Informe Rettig, primero, o la Comisión Valech, después, ambos encomiables esfuerzos, con mucha resistencia en su momento, no lo olvidemos, pero que fueron empujados por los presidentes Aylwin y Lagos para avanzar en conocer la verdad histórica y contribuir, desde allí, a la justicia e ir combatiendo, poco a poco, la impunidad y lograr, así, avances en investigaciones judiciales que han demorado demasiado, pero que continúan hasta hoy.
Sin embargo, lo cierto es que el Estado debe hacer más por conseguir las respuestas que el país merece y necesita para poder sanar porque, compatriotas, cuando nos falta un detenido o detenida desaparecida no es sólo el hijo o la hija, no es solamente una hermana o un padre o un amigo o una compañera, sino que es una ausencia que nos afecta y nos desgarra a todos y a todas.
Por ello, la búsqueda de la justicia no puede depender exclusivamente del esfuerzo de las familias y sus seres queridos, es un deber ineludible del Estado. El Estado los hizo desaparecer y el Estado debe hacerse cargo de saber dónde están.
Y es de eso, precisamente, de lo que se trata el Plan Nacional de Búsqueda, Verdad y Justicia, que es el hito institucional que hemos querido darle a esta conmemoración.
Y tal como ayer se avanzó pidiendo perdón con el presidente Aylwin en la lectura del Informe Rettig; tal como el presidente Frei intentó avanzar, en su momento, generando instancias de encuentro entre familiares de víctimas y las Fuerzas Armadas; tal como el presidente Lagos generó la Comisión Valech; o la presidenta Bachelet abrió nuevas puertas que antes estaban cerradas; o tal como el presidente Piñera habló de los cómplices pasivos, vale la pena que, en nuestras diferencias, seamos capaces de reconocer a quienes pensando distinto han hecho, también, una contribución.
Hoy nuestro Gobierno pretende dejar como legado este Plan Nacional de Búsqueda, Verdad y Justicia que es el hito institucional que hemos querido dar a esta conmemoración, una política pública permanente que va a trascender a este Gobierno, que ha sido construida en conjunto con las agrupaciones de los familiares de los detenidos desaparecidos y que espera contribuir a reparar, en alguna medida, el daño causado hace tanto tiempo, pero que sigue vigente.
Chilenos y chilenas:
La dolorosa experiencia del Golpe de Estado y la dictadura marcaron profundamente a generaciones de chilenos y chilenas. Y, por eso, repetimos con fuerza nunca más. Y, por eso, nos violentó cuando hace sólo un par de años, también, en nuestra patria, se violaron los derechos humanos en el marco del Estallido Social.
Por eso, sin pretender entregar recetas o dar lecciones a nadie, queremos transmitirle al mundo nuestra historia, lo que nos pasó y lo que creemos pueden ser algunas enseñanzas.
Lo primero que aprendimos es que el pasado sí importa para mirar el futuro, que la manera en que nos hacemos cargo y sanamos las heridas permite reconocernos como parte de una misma comunidad y que eso, como hemos visto en Chile, aún no termina de cuajar y debemos hacer más esfuerzos en esa dirección, aunque nos cueste, aunque nos duela.
Podemos ser una mejor sociedad si allí donde hubo silencio y ocultamiento ahora hay verdad, si donde hubo crímenes y tormento existe justicia, si donde existió crueldad hay ahora compasión, afecto, justicia y reparación, y si donde ayer hubo negación, hoy hay reconocimiento de los crímenes que se cometieron en el pasado.
Hemos, en conjunto, aprendido a valorar la democracia en términos absolutos porque, fuera de ella, no hay libertad ni dignidad posible y vamos a seguir insistiendo de manera incansable en que los problemas de la democracia siempre pueden solucionarse y resolverse con más democracia y que nunca es justificable un golpe de Estado ni vulnerar los derechos humanos de quienes piensan distinto.
Y, por eso, nos revelamos cuando nos dicen que no había otra alternativa, ¡por supuesto que había otra alternativa! y el día de mañana cuando vivamos otra crisis, siempre va a haber otra alternativa que implique más democracia y no menos.
Para terminar, queridos compatriotas, el compromiso que hoy nos mueve debe ir más allá de la coyuntura del momento, tenemos que ser capaces de pensar en el futuro que estamos construyendo. Por eso, el compromiso inclaudicable con la democracia y el respeto a los derechos humanos es importante y trascendente, porque las generaciones mayores no estarán aquí por siempre para defender la memoria de sus muertos ni de lo que les pasó y las historias que dejan de contarse se olvidan.
Por eso, somos una posta larga en la historia y nos corresponde a nosotros transmitir también a las nuevas generaciones lo que nuestros antepasados vivieron. La democracia y los derechos humanos deben ser apropiados y valorados por cada nueva generación. Abracémosla juntos, reconozcamos los desafíos que ella nos presenta, hagámonos cargo de sus complejidades y metámosle un poquito más de cariño, de menos desconfianza, mirémonos un poco más a los ojos y veamos que, pese a pensar distinto, tenemos más puntos de acuerdo de los que pareciéramos creer.
Porque una democracia, su gracia, es que permite expresar las legítimas diferencias y resolverlas en paz y sin violencia, una democracia que sea efectiva en escuchar, en respetar y en dar, por cierto, respuesta a las preocupaciones y anhelos de sus ciudadanos por mayor inclusión, seguridad, justicia social y una distribución más justa de la riqueza y que todo eso se asuma como una construcción permanente.
Invito, desde acá, a los chilenos y chilenas de todas las generaciones y a quienes nos acompañan desde el extranjero, a seguir soñando con un Chile y un mundo más democrático, más justo, más inclusivo, más igualitario, más sustentable y más amable. Un mundo en donde, como cantaba Violeta, seamos capaces de asumir que el canto de todos es nuestro propio canto.
Con los sueños de ayer vigentes, con la energía de hoy caliente, con la certeza de un mañana pujante digamos, una vez más, con amor, por los que aquí no están, con aprecio por los que aquí hoy nos acompañan y con dulzura por quienes no sucederán: Democracia, hoy y siempre.
Muchas gracias.
S.E. la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, Firma de Proyecto de Ley que crea la Región de Ñuble.