Presidente de la República realiza conferencia en Universidad de La Sorbonne

20 JUL. 2023
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Presidente de la República realiza conferencia en Universidad de La Sorbonne.

Me resulta un tremendo honor y creo que es de las veces en que la palabra “honor” realmente lo es, porque no siempre cuando uno dice “es un honor estar aquí” es así, pero esta vez lo siento profundamente. Es extraño porque tengo en mi cabeza esta universidad, quizás esta sala en blanco y negro. La vi muchas veces cuando me estaba formando políticamente como estudiante, incluso en el colegio, a propósito de mayo de 1968 con su épica, pero también con su fracaso. Y creo que es importante que desde la izquierda lo discutamos en ambos sentidos.
 
Uno de los libros que, en mi juventud, siendo joven aún, pero me atrevo a hablar de mi juventud porque hoy día hay generaciones mucho más jóvenes todavía que nos cuesta comprender, que me marcó mucho fue el libro de entrevistas de Daniel Cohn-Bendit, que se los recomiendo, “La Revolución y nosotros. que la quisimos tanto”, donde se pregunta justamente qué fue lo que le pasó a esa generación del 68 cuyas ideas cambiaron culturalmente la sociedad, pero políticamente quedaron mercantilizadas o fueron absorbidas y procesadas por el modelo.
 
Y es una pregunta muy vigente y necesaria para quienes venimos desde movimientos y organizaciones sociales, quienes estamos en política viniendo de la lucha social, algo que no debemos olvidar nunca y que me voy a referir más en detalle a eso.
 
Quiero agradecer a la Universidad de La Sorbona de París por extenderme esta invitación a realizar una clase magistral, una institución de tanto prestigio e historia.
 
Nos une con Francia, como ustedes seguramente saben, lazos de amistad, lazos culturales, lazos económicos, pero hay un lazo que es indestructible que es de la solidaridad. Que estos lazos se expresan de diferentes maneras en nuestra historia, a través de la cultura, de la filosofía, de la ciencia, por cierto, a través del ya mencionado Alain Touraine, del naturalista Claudio Gay en el siglo XIX, de los religiosos y luchadores André Jarlan y Pierre Dubois, los cineastas Raúl Ruíz y Patricio Guzmán, la cantante Anita Tijoux y también su madre María Emilia, que me atrevo a mencionar.
 
Y quisiera aprovechar esta ocasión para rendir homenaje, de quien hablamos antes, al insigne sociólogo Alain Touraine, fallecido en junio aquí en esta ciudad, pero que construyó un vínculo indestructible con Chile y cuyos hijos me contaban que aún prevalece y quieren que siga prevaleciendo en las futuras generaciones. Su trabajo en nuestro país en los años 50, 60 y 70 fue relevante no sólo para Chile, sino para toda la ciencia social europea y latinoamericana. A ellos unió afectos profundos reflejado en su hermosa familia franco-chilena, a quienes agradezco su presencia acá.
 
Y les recomiendo mucho en estos momentos turbulentos releer “Vida y muerte del Chile Popular”, esa suerte de diario de vida sociológico que escribió en los días previos al Golpe, tratando de entender qué es lo que estaba pasando en una sociedad tan convulsionada.
 
Hay una cosa que me gustaría advertir es que después del 29 de junio de 1973, cuando comenzaba la dictadura en Uruguay, además hubo un intento de golpe en Chile, el “tanquetazo”, que fue sofocado en ese entonces por el general Prats que después sería asesinado por la dictadura en Buenos Aires.
 
Y Alain Touraine escribe en los días posteriores al “tanquetazo” que él creía que la salida militar no iba a ser posible en Chile y, por lo tanto, íbamos a lograr —lo digo porque me siento parte de esa tradición histórica— una salida de profundización democrática. Desgraciadamente, estaba equivocado en eso. Lo digo, es interesante, seamos capaces de notar la fragilidad de la democracia, incluso cuando pensamos que, todos conscientes, está en crisis, pero que aún así está segura. La democracia no está asegurada y por eso tenemos que defenderla.
 
Quiero referirme y centrar esta conferencia en una preocupación que debe ocuparnos a todos que es, justamente, cómo fortalecer la democracia. Quiero compartir algunas reflexiones sobre los desafíos de nuestro tiempo desde el cargo que hoy me toca habitar, que es la Presidencia de la República de mi país.
 
Me voy a referir algunas de las amenazas que tiene la democracia desde una perspectiva crítica y voy a intentar, humildemente, abordar cómo los gobiernos progresistas pueden dar respuesta a las arremetidas autoritarias de cualquier cuño y profundizar la democracia para avanzar hacia una de tipo más sustantiva. Finalmente, voy a compartir con ustedes parte de los esfuerzos que estamos haciendo en Chile para avanzar en esta dirección.
 
Quiero decirles que esta gira europea, que termina mañana acá en París, me ha invitado también a muchas reflexiones, a reflexiones políticas de fondo. Y hay una que quiero destacar que tiene que ver con la necesidad de la unidad de los sectores progresistas. La familia política de la cual vengo, si tuviéramos que hacer un símil en Europa estaría más cerca de SYRIZA en Grecia, de Die Linke en Alemania, de la France Insoumise acá en Francia, de Podemos en España y de movimientos de esas características.
 
Sin embargo, en Chile tenemos una alianza la cual creo tiene profundo sentido entre la izquierda y la centro-izquierda. Y hemos visto cómo en Europa, y esto me lo decía la primera ministra de Dinamarca hace poco en una conversación larga que tuvimos en el marco de la Cumbre Celac-UE, hoy cuando se juntan los gobiernos progresistas, se juntan solamente cinco. Hay, en este momento, de los 27 miembros de la Unión Europea, cinco gobiernos progresistas en Europa.
 
Y esa familia política a la que yo hacía referencia ha ido, por diferentes motivos, con diferentes realidades, pero con amenazas comunes, de una u otra manera, también, retrocediendo. El bloque de izquierda en Portugal, también, cabe mencionarlo.
 
Por lo tanto, tenemos que preguntarnos políticamente cuál es nuestra táctica si es que creemos tener objetivos comunes, en particular lo pienso desde América Latina, pero hay uno que debiera ser común a todos nosotros que es, primero, la defensa, pero no sólo la defensa defensiva, sino defensa también ofensiva de lo que entendemos por democracia. Y ahí creo que la unidad de las fuerzas progresistas es insoslayable para aquello y es difícil, a nosotros en Chile nos ha costado, todavía no termina de cuajar, muchísimo.
 
Pero creo que es importante destacarlo porque las amenazas que tenemos al frente son mucho mayores y eso no necesariamente significa renunciar al compromiso de transformación estratégica y estructural que tenemos, el cual nos guía.
 
Ustedes saben que en septiembre se cumplirán 50 años desde el Golpe de Estado en Chile que impuso un régimen del terror, impuso pobreza, impuso muerte en nuestro país y dejó una herida muy profunda que hasta hoy sigue abierta, como además resulta evidente en el contexto del debate que se ha dado a propósito de los 50 años.
 
Hemos tenido avances en los 30 años democráticos, sin lugar a dudas, pero aún son muchas las deudas que Chile arrastra en materia de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición. Y, en ese sentido, como gobierno nos hemos comprometido no sólo a mantener firme el mástil de la memoria, sino también a seguir buscando la verdad. Es algo tan básico que decirlo debiera resultar obvio, pero hoy no lo es y no lo ha sido. Mientras nos sigan faltando nuestros desaparecidos, no vamos a dejar de buscar.
 
En Chile hay quienes invitan a dar vuelta la página, hay quienes invitan incluso osadamente a cerrar los duelos, cuando todavía tenemos casi 1.000 personas que no sabemos dónde están. Y, por lo tanto, el compromiso con la verdad y con la justicia tiene que ser por parte del Estado más sustantivo. No quiero en ningún caso desconocer los esfuerzos que se han hecho hasta ahora, no me corresponde desde mi rol. Sólo quiero decir que el Estado puede hacer más y vamos a poner toda nuestra energía en eso. Los invito a leer las entrevistas que ha dado nuestro ministro de Justicia, Luis Cordero Vega, justamente, respecto a este tema.
 
Ahora, me anima una esperanza que puede parecer ingenua, pero tengo una ingenuidad provinciana a la cual no estoy dispuesto a renunciar, que en este aniversario los chilenos y chilenas seamos capaces de tener una mirada común en ciertos aspectos básicos. Que a partir de la condena común que hoy todos pregonan respecto a las atrocidades del pasado, sostenga para el presente el valor universal de los derechos humanos y la importancia de fortalecer la democracia.
 
Y de, no me voy a cansar de repetir esta frase, a quienes han venido conmigo a la gira quizás se aburren de escucharla, pero me hace mucho, mucho sentido en estos momentos: comprometernos a que cuando en democracia tenemos problemas, vamos a resolver esos problemas con más democracia y no con menos. Ninguna razón justifica, ninguna diferencia justifica que se violen los derechos humanos de otra persona.
 
Y para esto se requiere seguir cultivando la memoria, una memoria que movilice y que nos permita saber quiénes somos, que nos permita entender de dónde venimos y que nos dé un suelo firme para proyectar los sueños, anhelos y esperanzas que tenemos en este futuro compartido.
 
Es precisamente en estos momentos es que no hay ni debiera existir un doble estándar respecto de condenar la discriminación, la intolerancia y todo discurso de odio, porque cuando relativizamos nuestros principios democráticos, según la simpatía que tengamos por el gobernante de turno que vulnera justamente derechos humanos que a nosotros nos parecen importantes defender, es cuando nuestra posición se debilita.
 
Y en esto, ustedes han visto, podemos haber tenido diferencias con algunos otros liderazgos del mundo progresista y de la izquierda en el último tiempo, pero creo que es importante sostener una cuestión de principio. Cuando hablamos de la violación de los derechos humanos en Nicaragua, por ejemplo, desde la izquierda no tenemos que responder con “no, pero es que en Israel también”, “no, pero es que en Estados Unidos también, mira lo que hizo Estados Unidos antes”.
 
Estos son temas que deben importar en sí mismos. He tenido la oportunidad de conversar con Gioconda Belli, con Sergio Ramírez o de conocer lo que ha sufrido Dora María Téllez, ex comandante del Frente Sandinista y la verdad en cualquier país, Nicaragua es un ejemplo, quizás uno de los más groseros en este momento, pero en cualquier país, incluido por cierto el nuestro, en donde alguien ocupando las banderas de la izquierda meta presos a sus adversarios por el hecho de ser adversarios, coarte la libertad de expresión, viole los derechos humanos de sus opositores, tenemos que ser capaces también de levantar la voz. Mañana, estimados y estimadas, podríamos ser nosotros. Creo es tremendamente importante que ese estándar firme respecto a estos principios lo defendamos, aunque sea difícil, aunque a veces sea impopular.
 
Hemos escuchado muchas veces hablar de los contextos. La historia y el debate político son necesarios para profundizar siempre en las causas y en qué es lo que nos lleva a las crisis y cuáles son las diferencias políticas que llevan a las crisis en las que, en algunos momentos, estamos, o en las que hemos estado en el pasado. Pero eso no nos puede llevar a negar los avances civilizatorios que hemos tenido como humanidad.
 
Ahora, quiero a propósito de la experiencia chilena aprovechar la instancia para, por cierto, agradecer algo que hablábamos, la solidaridad internacional y, en particular, de Francia durante esos años duros, en especial la del embajador de Francia de la época, Pierre de Menthon, Françoise y todo el equipo de la Embajada de Francia de la época y de tantos otros que quizás no conocemos, pero que son héroes anónimos de profunda humanidad y valentía.
 
Hoy en la municipalidad tuve la oportunidad de conocer a una señora chilena —ya con acento, le costaba pronunciar la erre porque lleva 50 años acá— y su hija cumplía la próxima semana 50 años. Había tenido a su hija en la Embajada de Francia en Chile, perseguida por la dictadura había encontrado asilo y había sido recibida y acogida. Imagínense en esos momentos en la Embajada de Francia. Esa es una solidaridad en donde se corta el condón umbilical de la guagua, pero el cordón umbilical de la solidaridad es imposible de cortar. Y por eso, de nuevo, 50 años después, me atrevo a agradecer profundamente esas muestras de valentía y coraje.
 
Hoy estamos viendo en el mundo cómo consensos fundamentales como son la vigencia y la primacía de los derechos humanos retroceden, pero acompañado también —y esta combinación es la que me parece particularmente grave— de una desafección ciudadana hacia la democracia tanto en términos históricos como en términos actuales. Ahí hay una pega que no estamos haciendo bien y que no basta con echarle la culpa, por ejemplo, a quienes votan por la ultraderecha, o quienes tienen una posición distinta a la nuestra.
 
Cuando desde los sectores progresistas, por ejemplo, en el caso del rechazo en el plebiscito constitucional de la primera propuesta que emanó de la convención para una nueva Constitución, se tontea o se pretende decir que esto sucedió porque no se entendió, creo que habla muy mal de nosotros mismos. Nuestro deber es el mayor en este caso. Por cierto, que existe la desinformación, por cierto, que hay grupos que operan activamente con la desinformación, lo hemos visto en todo el mundo, pero la labor de hacer sentido políticamente es algo que no se logra solamente en una elección, es un trabajo de mucho más largo plazo.
 
Y ahí creo que los sectores progresistas hemos, durante demasiado tiempo, abandonado y contribuido a profundizar el abismo que existe entre las instituciones y el pueblo. El otro día lo pensaba de la siguiente manera: en particular, cuando uno tiene labores o responsabilidades de gobierno es un deber amar más al pueblo propio, del cual se es parte, que a una idea determinada. Y eso significa ser capaz de entenderlo, moverse con él.
 
Hoy vemos que ninguna sociedad, ningún país está exento de la tentación de atajos que eventualmente nos pueden conducir a progresivas pérdidas de lo que entendemos por democracia. A fórmulas simplistas por fuera de la política democrática que encuentran atajos a desafíos que son complejos.
 
Quizás uno de los mayores riesgos está en la banalización de la democracia y sus mecanismos, lo que el politólogo Colin Crouch denominó a principios de los 2000 “post-democracia”. La democracia hoy está amenazada por la desinformación, por la inseguridad como, por ejemplo, la violencia, por la corrupción y por las desigualdades.
 
Y me gustaría referirme, en atención al tiempo, en particular, a estas dos últimas: la corrupción y las desigualdades.
 
La corrupción en la toma de decisiones se produce no solamente cuando se certifica la comisión de un delito tipificado en el código respectivo de un funcionario público, sino también cuando las decisiones públicas se toman en función del interés privado por sobre el interés general desvirtuando, de esta manera, el ejercicio de la función pública.
 
Este fenómeno deja al descubierto una pugna de intereses que, a menudo, se presenta en la esfera pública y que la política tiene el deber de atender y corregir. Pero la pregunta que tenemos que hacernos desde también el Gobierno y, muchas veces, cuando suceden casos de corrupción desde el poder se reacciona a la defensiva, creo que tenemos que reaccionar no a la defensiva, sino con mucha transparencia y preguntándonos cómo lo hacemos para que este interés colectivo sea el que siempre prevalezca por sobre los intereses individuales.
 
Porque el problema que genera la corrupción, además del desfalco eventualmente de recursos es que engendra desconfianza y desafección hacia la democracia y sus instituciones. Y la democracia pasa a ser vista como un proyecto político elitario del cual únicamente se sirven los poderosos del momento, mientras que una porción mayoritaria de la población es excluida.
 
Esto no es menor y lo decimos porque hemos revisado datos cualitativos en Chile, y a propósito del Estallido Social del 2019, una de las cosas que se presenta es que hubo una rebelión, hubo un desencanto que se tradujo en una protesta contra el abuso, la indignidad y la desigualdad. La desigualdad, en particular, es un tema sobre el que voy a volver más adelante.
 
Quienes nos dedicamos a la política, quienes hemos hecho de este oficio nuestro sentido de vida, pero particularmente quienes desempeñamos cargos de confianza, tenemos el deber de ser personas íntegras y transparentes. Pero la corrupción no debe ser pensada solamente en términos individuales, es también un fenómeno social. Por supuesto que tenemos que elevar los estándares de prioridad, por supuesto que es necesario porque en muchos casos hay una regulación penal muy deficiente al respecto, a veces puede ser necesario aumentar las penas con las cuales se sanciona. En Chile acabamos de pasar una ley de delitos contra el cuello y corbata y tenemos que mejorar los mecanismos de control y transparencia en la toma de decisiones públicas.
 
Pero creo que el verdadero desafío o el desafío más profundo, el más difícil está en que entendamos también la lucha contra la corrupción como una lucha por una democracia más participativa e incluyente, en la que participen en la toma de las decisiones públicas todos los potencialmente afectados por esas decisiones.
 
Aquí, me atrevo a tomar prestada la noción de la democracia deliberativa de Habermas, que también utiliza Nancy Fraser, y que da cuenta de los límites y oportunidades para que se ejerza realmente una democracia más igualitaria, en particular en donde en estos momentos tenemos tanto acceso a la información. ¿Cómo es posible que tengamos hoy cada vez más acceso a la información y nos sintamos cada vez menos parte de algo común?
 
Ese, para mí como gobernante hoy, es uno de los principales desafíos. Aspiro, más allá de políticas públicas concretas, siempre te preguntan qué es lo que te gustaría cuando termines tu mandato, “bueno, que hayamos disminuido el Gini en equis, que hayamos salido del estancamiento en productividad, que hayamos mejorado la pobreza que hoy está en 2,2, que mejore a tanto.
 
Pero hay cuestiones que son intangibles e igualmente valiosas. Una de las cosas que me importa y que ha sido golpeado duramente en Chile en las últimas semanas, a partir del caso Convenios es que podamos restablecer o establecer una nueva confianza entre los ciudadanos, pero también entre los ciudadanos y sus instituciones. Las instituciones, al final del día, junto con la cultura —que eso da para otro debate quizás muchísimo más largo— las que en países como el nuestro nos dan el sentido de unidad nacional. Y cuando esa unidad nacional se debilita, cuando no hay cohesión social, las sociedades se quiebran.
 
Entonces, la lucha contra la corrupción cuando la pensamos desde esta manera, como también una lucha no solamente por regular conductas individuales, sino como una lucha por el fortalecimiento de la democracia, me parece que adquiere otro sentido y otro valor.
 
Aquí paso a la segunda amenaza a la democracia que me interesaba resaltar que es la de las desigualdades. Alain Touraine en una de sus últimas entrevistas que dio en Chile, nos dijo que lo que distingue a las sociedades democráticas de aquellas que no lo son es la solidaridad entre sus ciudadanos, la solidaridad expresada en un Estado que protege y cuida a sus ciudadanos, la institucionalización de la solidaridad, por supuesto en sociedades no democráticas; qué les voy a decir, acá en Francia en 1943, 1944 se veía solidaridad, en la misma dictadura claro que había solidaridad.
 
Pero la solidaridad, cuando se expresa institucionalmente, también es signo de una democracia viva, una democracia que late con fuerza, la solidaridad entre ciudadanos que se ven y se respetan como iguales, la solidaridad que se extiende más allá de nuestras fronteras.
 
Ahora, como presidente de un país, tiendo a hablar desde la perspectiva del país que represento, pero muchos de los desafíos que estamos viviendo, y esto se me ha hecho muy evidente en esta gira, que van mucho más allá de las fronteras nacionales. A la crisis climática, ustedes saben, no le importa que en Colchane esté la frontera con nuestros países hermanos, no le importa cuál es el paralelo en el cual se estableció el hito uno con Perú, la crisis climática arrasa igual. El fenómeno de la migración, tanto en Europa como en América Latina, no reconoce fronteras tampoco.
 
Y, por lo tanto, pensar que vamos a poder solucionar estos temas solamente en términos dentro del Estado-Nación es, creo, tremendamente equivocado. Y, por eso, el multilateralismo, la cooperación entre países y el respeto y mejora, por cierto, del derecho internacional, son tremendamente importantes.
 
Permítanme contarles algo de aprendizaje en esta gira. Tuve la oportunidad de reunirme, en Bruselas, con la directora general de la Organización Mundial de Comercio, Dra. Ngozi Okonjo-Iweala, ella es de Nigeria y fue ministra de Hacienda de Nigeria en dos periodos. Y la imagen que yo tenía, de estudiante, de la OMC era de una institución servil del capitalismo y la directora, justamente, de la Organización Mundial de Comercio, me decía que ella, cuando le ofrecieron la dirección de la OMC, cuando le ofrecieron postular a la dirección general, también tenía desde cerca intuiciones parecidas. Esto es entender de que depende de nosotros como humanidad cambiar las cosas, ella me comentó cómo estaba tratando desde dentro, a propósito de la experiencia que había tenido en Nigeria, un país de 213 millones de habitantes, de tratar de cambiar esta institución mundial.
 
¿A qué voy con esto? A que, muchas veces, nos dicen que los cambios son imposibles y que las grandes instituciones se van a mantener siempre como tal y que tienen una inercia que es más fuerte que la voluntad de los hombres y mujeres que las componen. Los quiero invitar a que ustedes se crean el cuento de que eso no siempre es cierto. Sí es cierto que hay una inercia institucional muy grande, lo estamos viviendo hoy desde el Estado, los márgenes del Estado son muy pesados. Pero también es cierto, y conviven estas dos verdades, que, a partir del pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, podemos encontrar una síntesis que vaya cambiando y moldeando las instituciones para mejor. Quiero defender mucho la idea cómo cuidamos las instituciones.
 
Vuelvo a la solidaridad a propósito de la desigualdad. Les decía que la solidaridad se expresa en un Estado que protege y cuida a sus ciudadanos. El informe del PNUD, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, del 2017, sobre Orígenes y Cambios de la Brecha Social en Chile ya daba cuenta, entonces, que los grandes índices, los buenos índices macroeconómicos en el país escondían una realidad que era menos auspiciosa porque los frutos y las oportunidades del progreso no alcanzaban a todos por igual.
 
Ustedes se acordarán que antes del Estallido Social hubo una serie de declaraciones, para ser elegante, desafortunadas de autoridades de la época que hablaban de Chile como un oasis en América Latina, que la gente se levantaba temprano para ir a socializar al consultorio, no porque, en verdad, la salud pública no estuviera funcionando, cuestiones de esas características. Y creo que durante mucho tiempo en nuestro país nos mareamos con un discurso oficial en donde presentábamos hacia afuera los grandes éxitos de Chile, que son ciertos, y de los cuales vale la pena enorgullecernos, pero que no son suficientes en sí mismos para sostener la cohesión social.
 
Entonces, las grandes tasas de crecimiento durante tanto tiempo, el haber disminuido la pobreza durante tanto tiempo desde la llegada de la democracia, el aumentar la matrícula en educación, que son logros importantes y que tenemos que destacar, y que no se tienen que negar, acá no tenemos que elegir entre uno u otro, eso no esconde que no hayamos sido capaces, como país, de enfrentar una desigualdad que era profunda y que, en términos estrictos, se ha mantenido profunda, no necesariamente ha aumentado, dependiendo del año en que uno lo mida, pero se ha mantenido muy profunda y que, sociológicamente, se ha vuelto una brecha que, a veces, resulta insalvable.
 
Y, por lo tanto, tener una visión crítica respecto del periodo histórico inmediatamente anterior al que vivimos no significa que veamos la historia en blanco y negro. Y esa es una síntesis que estamos intentando lograr políticamente hoy en la alianza entre la izquierda y la centro-izquierda.
 
Ustedes saben que ha habido una suerte de querellas generacionales permanentes en el debate. Pucha que es necesario el diálogo intergeneracional, esa es otra cosa que me da mucho gusto ver acá, ver la composición del salón porque acá, claramente, hay un diálogo intergeneracional. Ojalá, después tengan la oportunidad de conocerse entre quienes no se conocen y formen algún grupo, vayan a tomar cerveza a alguna parte todos juntos y puedan conversar porque en Chile una de las cosas que perdimos por otros motivos —y esto da para otro debate— fue el diálogo generacional.
 
Mi generación, yo nací en 1986, el año decisivo decían algunos, y nuestra generación se formó el calor de las movilizaciones sociales, pero se formó muy intuitivamente, nosotros no teníamos grandes referentes inmediatos con los cuales conversar.
 
Siempre me acuerdo, y esto lo he contado en alguna otra parte, que he tenido la oportunidad de conversar con quienes tuvieron un rol activo en la década de los 70, que hoy tienen más de 80 años. Y uno de ellos, Luis Maira me contaba como él había visto en el Pedagógico una conferencia de uno de los principales dirigentes fundadores del Partido Comunista de la época, Elías Lafertte. Y como ahí uno veía que en la historia de Chile —el mismo Salvador Allende cuenta de ello— se había ido generando un circuito generacional que había enriquecido mucho la cultura política de nuestro país. Eso, creo que es muy importante recuperarlo. Acá nadie es bueno por ser joven en sí mismo, la juventud no es una virtud per se.
 
Como el mismo Allende decía en Guadalajara: “Hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, entre ellos me encuentro yo”. Es cierto, hay jóvenes viejos y lo importante son las convicciones que defendamos y las convicciones se pueden defender, como nos muestra la misma experiencia de Alain Touraine, con 90 años o con 14, y es importante que seamos capaces de dialogar entre nosotros. Ahí hay algo que se nos quebró en Chile y que estamos tratando de recuperar.
 
Vuelvo al tema de la desigualdad. En el informe del PNUD se señalaba que la desigualdad perjudica el desarrollo, dificulta el progreso económico, debilita la vida democrática, afecta la convivencia y amenaza a la cohesión social. Reducirla no es solamente un imperativo ético, sino que es una exigencia para la sostenibilidad y el desarrollo de los países.
 
Y en esto comparto plenamente los planteamientos del profesor y teórico Michael Sandel en cuanto a que sería un error no ver más que la faceta de intolerancia y fanatismo que encierra la protesta populista. Es más que eso, tenemos que tomar en serio los agravios legítimos con los que se enredan estos desagradables sentimientos.
 
Por eso, es un error ningunear y apuntar con el dedo, como una suerte de negación del sujeto, de negación de la agencia, a quien, en un momento determinado, está pensando diferente a nosotros o está votando distinto a nosotros. Tenemos que apostar a convencer.
 
Esto lo he dicho anteriormente, a veces, hay gente que me saluda y me dice: “Compañero, soy orgulloso del 38%” y yo digo que si nos quedamos en el 38% vamos a seguir siendo minoría. No quiero ser minoría, quiero ganar, estamos en política para ganar, no solamente para dar testimonio y ganar significa entender, también, que no todas las posturas, no todos los postulados que tenemos desde el minuto cero se van a hacer realidad tal cual, significa una conversación que es difícil.
 
La política, a veces, es aburrida porque significa, en términos ideológicos —y esto no recuerdo a quién se lo leía hace poco— significa, necesariamente, pactar con el diablo en el sentido de que, en el ámbito de las ideas, en la medida en que uno mantenga coherencia en los principios, por eso hacía esa defensa tan categórica del principio del respeto a los derechos humanos antes, significa necesariamente negociar, transar, llegar a acuerdos.
 
Eso, a veces, es mirado con mucha desconfianza, pero les digo, estando en el Gobierno y desde antes, reconozco el profundo valor que tiene el llegar a acuerdos. Al final, la política de lo que se trata es del arte de ponerse de acuerdo con quien piensa distinto a uno, de eso se trata la sociedad. No quiero vivir solamente con quienes igual que yo.
 
Y ahí tenemos un problema en las redes sociales que nos van estimulando eso. El algoritmo de Instagram es terrible, me muestra puro asados, cuestiones de fútbol y cuestiones de política como para que me junte y empiece a seguir a más personas que hacen exactamente. No sé, quiero conocer de gatos, a veces, o me interesa otro tipo de música, conocer otras cosas, preguntarme otras cosas, necesitamos complementariedad, no uniformidad. Y eso también es algo que otorga y es un valor que tiene la democracia, cuando no hay democracia se pierde esa diversidad y hoy estamos perdiendo esa diversidad socialmente. Creo que ahí hay un desafío gigante.
 
Vuelvo para cerrar la idea de la desigualdad. Es cierto que en Chile muchas cosas cambiaron para bien, también hay cosas que no cambiaron lo suficiente o hay cosas en donde se profundizó un espíritu de “sálvate por ti mismo” que, personalmente, creo que no es positivo y no nos ayuda a hacer mejores como sociedad.
 
Un ejemplo de esto es el caso paradigmático de la educación, las luchas de las cuales venimos. La educación, durante las últimas décadas, se transformó, para muchos, en un negocio más que en un derecho. Fuimos transitando desde el aumento de la matrícula, por cierto, muy importante, hoy, uno de los principales desafíos que tenemos, a propósito de la pandemia, es recuperar justamente la matrícula y la asistencia, pero también se transformó en una mezcla de abandono, en particular la educación pública, perfecta segregación social y una promesa incumplida de movilidad social.
 
Hoy, en nuestro país son millones de personas las que cargan con la pesada mochila de la deuda estudiantil sin retribución alguna y es una crisis que se ha agudizado por la pandemia.
 
Cuando nos recibían acá diciendo: “Bienvenidos a la universidad pública”, me siento profundamente orgulloso de haber estudiado en la Universidad de Chile, pero cuando le digo a algún europeo o a algún argentino, para que ir tan lejos, que estudié en la Universidad de Chile, pero me salía como US$5.000 al mes, en la universidad pública, no lo pueden creer. Eso no es culpa de la Universidad de Chile, por supuesto.
 
Siguiendo la lógica de Michael Walzer, hay ciertas esferas de la sociedad que debieran estar por fuera del orden del mercado y esos son los derechos sociales, la educación, sin lugar a dudas, es uno de ellos, las pensiones, la salud.
 
Nótese que, en el último tiempo, en particular, quiero destacar los esfuerzos políticos del segundo Gobierno de la Expresidente Bachelet. Fui opositor al Gobierno de la Expresidenta Bachelet, era uno de los pocos diputados que, por izquierda, criticaba la Reforma Laboral, el sistema de gratuidad que se había instalado y creo que era bueno empujar, pero creo que la expresidenta hizo un esfuerzo que es digno de encomio, que fue tratar de abordar este problema de desigualdad lacerante que teníamos en Chile.
 
¿Y cómo reaccionó, después, el otro sector político en Chile? La derecha. Hay un momento que temo, políticamente, olvidemos, que es cuando el ministro del Interior del recién asumido entonces presidente Piñera va a un foro con empresarios, a la Enade, y dice: “Hay muchas cosas que queremos cambiar, pero hay cosas que no queremos cambiar”, dice Andrés Chadwick. Y dice: “Algo que no queremos cambiar, por ejemplo, es la Constitución y el proyecto que presentó la Expresidenta Bachelet lo vamos a meter en un cajón” y hace el símbolo de meter al proyecto de la constitución en un cajón.
 
Me imagino que durante el Estallido Social e incluso durante los últimos años se deben haber arrepentido mucho haber pensado de esa manera. No hay que esperar a una crisis para hacernos cargo de los problemas latentes que tenemos como sociedad y hoy, a propósito, también, de los errores que cometimos desde la izquierda, desde el progresismo, desde los movimientos sociales, hay una tentación de borrar como si el 2019 no hubiese pasado y hay algunos que lo tildan, incluso, de estallido delictual, como si no hubiese habido nada más.
 
Creo que ahí hay un profundo error que no puedo dejar de hacer notar. Necesitamos, en Chile, encontrar un consenso respecto del camino al desarrollo de largo plazo que tenemos y eso pasa, creo yo, por reducir las desigualdades.
 
Hace un par de meses había consenso en el mundo civil y en el mundo empresarial que era necesario una reforma tributaria. Hoy, después de las elecciones del Consejo Constitucional, se sintieron empoderados y decidieron dejar de lado ese consenso. Creo que es pan para hoy y hambre para mañana. Creo que no hacernos cargo de las profundas desigualdades que tiene nuestro país o cualquier sociedad, al final, termina redundando en quiebres sociales.
 
Hoy estamos avanzando hacia la construcción de un Estado social y democrático de derecho que garantice derechos sociales a todas y todos sus habitantes sin discriminación. Hemos asumido ese mandato popular sin olvidar que nuestro origen está en los movimientos sociales y que nuestro objetivo es garantizar una vida digna para los chilenos y chilenas. ¿Hemos tenido dificultades? Por cierto, pero no perdemos de vista el sentido o lo que nos mueve, cuáles son los motivos por los cuales llegamos a donde estamos hoy.
 
Nuestra convicción, y así lo he planteado en nuestro país, es que una distribución más justa de la riqueza que todos generamos y una mayor igualdad social no solamente en términos económicos, sino en los términos que lo planteaba el PNUD en el informe donde planteaba una igualdad de trato, una igualdad de género, un trato con respeto a los pueblos originarios. Es algo que tiene profundo sentido y nos va a hacer mejorar como país.
 
De eso se trata, por ejemplo, la Reforma Tributaria que le hemos propuesto a Chile, de eso se trata también la Reforma Previsional. Lo que estamos buscando en nuestro país es no llenar al Estado de más recursos, sino un pacto fiscal que, de manera responsable, pueda financiar en el largo plazo los derechos sociales que, tenemos la convicción, debieran estar por fuera de la esfera del mercado.
 
Voy terminando contándoles en lo que sí hemos avanzado porque la política no puede ser solamente promesas, tenemos que ser capaces de mostrar logros para que a la gente le haga sentido.
 
Quizás, algunos recordarán que nuestra hoy ministra vocera general de Gobierno, Camila Vallejo, que fue una de las principales líderes del movimiento estudiantil del 2011, el año 2017, presentó un proyecto de ley para reducir la jornada laboral a 40 horas. En ese momento, se le dijo de todo, que era imposible, que Chile no estaba preparado, se burlaron. Y, sin embargo, cuando llegamos al Gobierno, nos propusimos empujar esta iniciativa no porque sea un proyecto de nuestro sector, sino porque tenemos la convicción que la pregunta por el tiempo libre, la pregunta por la calidad de vida debe ser central no solamente en la relación entre capital y trabajo, sino también qué es lo que hacemos o cómo generamos mayor tiempo libre y una mejor calidad de vida para nuestros ciudadanos y ciudadanas.
 
Y logramos aprobarla, pero lo interesante es cómo logramos aprobarla. Logramos aprobar una agenda que tenía férreos opositores, que se veía imposible, mediante diálogo social y diálogo social, sobre todo, con quienes pensaban distinto a nosotros. Lo hicimos con organizaciones de trabajadores que tenían legítimas desconfianzas respecto de modificaciones en este sentido, pero también con grandes, pequeños y medianos empresarios. Y en este camino logramos ir sumando voluntades de muchos que, en principio, lo veían con escepticismo o abiertamente estaban en contra.
 
Y, acá, vuelvo al origen de este debate que es la democracia. La democracia se fortalece cuando nos damos un poco más de tiempo para conversar entre todos.
 
Acabamos, en Chile, de lanzar la Estrategia Nacional del Litio, por ejemplo. Tengo plena conciencia de que no puede haber Estrategia Nacional del Litio si no es conversando con el Consejo de Pueblos Atacameños, con quienes habitan los salares de los cuales estamos hablando. Tenemos que incorporar en la democracia a todos los sectores que han sido excluidos.
 
Estimados y estimadas:
 
Los cambios, para que sean posibles y sostenibles en el tiempo, en la diversidad, deben aunar nuestras voluntades, ese es el espíritu que espero que guíe las reformas que estamos impulsando en nuestro país.
 
Ustedes saben que los últimos años han sido difíciles en nuestra patria, pero saliendo de Chile uno puede ver que han sido difíciles en todo el mundo. La pandemia, sin lugar a dudas, generó estragos que van a ser permanentes y un trauma del que hemos hablado poco, en particular en materia de salud mental.
 
Y no me cabe ninguna duda que hoy los motivos por los cuales vale la pena defender a la democracia tienen total y plena vigencia. Les quiero hacer la invitación a que esos valores los cuidemos, los protejamos y los fortalezcamos.
 
Francisco Bilbao, tras su estadía en París a mediados del Siglo XIX, planteó que podemos hablar de democracia cuando esta está fundada en el principio de igualdad y de respeto a la dignidad humana, permitiendo la emancipación moral y material del hombre, y, por supuesto, de la mujer. Abogó, entonces, Bilbao, en el siglo XIX, por la participación de los excluidos, de los obreros y artesanos con quienes se reunió en la Sociedad de la Igualdad con la conciencia de que los procesos colectivos siempre son más largos y más complejos que las historias de éxito o de redención individual que se pueden presentar con muchas luces, pero que, al final, en sistemas desiguales, son estrellas fugaces en un universo que tiene mucho más de oscuridad desconocida.
 
Este es el camino que los progresistas, los reformistas, los demócratas debemos seguir transitando al igual que hace 52 años nos invitara Allende en su discurso de Naciones Unidas para que los grandes valores de la sociedad prevalezcan y no sean destruidos. No se trata, estimados y estimadas, sólo de enfrentar a quienes actúan de modo corrupto en la sociedad ni apuntar con el dedo a quien piensa distinto a nosotros, no se trata sólo de combatir la desinformación, sino de generar condiciones para que las personas y comunidades se puedan expresar en su diversidad más pluralmente. Se trata de avanzar hacia sociedades que no se corrompan, no sólo personas. Se trata, en definitiva, como nos enseñó el Expresidente Allende, de combatir los problemas de la democracia con más democracia, siempre.
 
Muchísimas gracias.