Presidente Piñera interviene en la 73° Asamblea General de la ONU y fija prioridades en seguridad, migraciones, medio ambiente y derechos humanos

27 SEP 2018
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Desde la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, el Mandatario se refirió a la necesidad de generar un desarrollo integral, inclusivo y sustentable. Además, destacó al desafío que implican para la humanidad las oleadas migratorias y el cambio climático.    

Muy buenos días:
 
Señor Presidente, señor Secretario General, señores Jefes de Estado y de Gobierno, señoras y señores:
 
Hace 20 años, en esta misma sala, Kofi Annan definió los tres grandes desafíos que enfrentaba en esos tiempos la comunidad internacional:
 
Primero, el desafío de la seguridad. Reemplazar el orden mundial que surgió después de la Guerra Fría, por un nuevo orden, regido por la libertad y la paz;
 
Segundo, el desafío del desarrollo. Lograr que la globalización llegara con sus beneficios a todas las personas y a todos los países, sin dejar a nadie atrás;
 
Y tercero, el desafío de los derechos humanos y del Estado de Derecho. Proteger la dignidad de todos, sin distinción de raza, color, sexo, idioma o cualquier otra discriminación.
 
Han pasado ya 20 años, y los desafíos que entonces nos dejó Kofi Annan –la seguridad, el desarrollo y los derechos humanos- siguen tan vigentes como entonces, y siguen constituyendo desafíos centrales de nuestro orden mundial.
 
Por supuesto, estos desafíos muestran hoy día caras nuevas y se proyectan bajo múltiples formas.
 
Ya no estamos divididos por las desconfianzas, temores y prejuicios que quedaron después de los muros y las cortinas de hierro que emergieron al término de la Segunda Guerra Mundial.  Es verdad, tenemos muchos factores que nos unen con respecto a la dignidad humana y las libertades, y estamos conectados por una Sociedad del Conocimiento y la Información, que ha demostrado ser generosa con aquellos países que la abrazan, pero también indiferente y cruel con aquellos países que le dan la espalda.
 
Vivimos una época de enormes transformaciones globales, que significan grandes nuevos peligros, pero también formidables nuevas oportunidades.
 
Algunos creyeron que el fin de la Guerra Fría significaba el fin de la historia, que habíamos encontrado por fin el camino y que se avecinaba una época de paz, libertad y prosperidad, en base a la democracia y a la economía social de mercado. 
 
Sin embargo, la historia nunca llegará a su fin, mientras exista un hombre o una mujer libre con capacidad de pensar.
 
Y por eso, ha emergido un nuevo orden internacional, que ha traído nuevas divisiones, nuevas tensiones en muchas partes del mundo, y hoy día los Estados ya no son los únicos grandes protagonistas de las relaciones internacionales.
 
En materia de seguridad, aún no hemos sido capaces de superar graves amenazas a la paz y la seguridad internacional, como el terrorismo, el narcotráfico, los conflictos armados, la delincuencia organizada, la proliferación de armas de destrucción masiva o el tráfico ilícito de armas y personas.
 
Y, además, hoy en día estamos llamados a enfrentar, como nunca antes en nuestra historia, uno de los mayores desafíos surgidos, precisamente, como consecuencia de estas amenazas a la paz y la seguridad, como son las migraciones masivas que hoy día están ocurriendo en nuestro mundo.
 
Estas migraciones masivas son un tremendo desafío para toda la comunidad internacional. Y sabemos sus causas. El terrorismo, las guerras, los conflictos étnicos y religiosos, el hambre y los regímenes totalitarios han generado, en los últimos tiempos, el mayor desplazamiento de personas en la historia de nuestra humanidad.
 
Las cifras hablan con mucha fuerza y elocuencia. Hoy día tenemos 260 millones de personas que han tenido que emigrar de sus países de origen, y cada mes, más de 1 millón 300 mil personas abandonan, y por las mismas razones, sus países de origen. 
 
Frente a esta situación, el compromiso de mi país, Chile, es claro y categórico: estamos generando una política migratoria que sea segura, ordenada y regular, en perfecta armonía con la Declaración de Nueva York y el Pacto Mundial para la Migración, que plantea, precisamente, la necesidad de establecer políticas migratorias que garanticen migraciones seguras, ordenadas y regulares.
 
Queremos recibir y acoger a todos aquellos que vienen a Chile a iniciar una nueva y mejor vida, que lo hacen respetando nuestras leyes, que se comprometen con el desarrollo de nuestro país y que se integran a nuestra sociedad.
 
Pero también, y con la misma fuerza y convicción, queremos ordenar nuestra casa y detener el ingreso de aquellos que lo hacen en forma ilegal, de aquellos que no respetan nuestras leyes o que vienen a cometer  delitos,  o  han cometido graves delitos en sus países de origen, y de esta forma parar, detener el ingreso de grupos narcotraficantes o del crimen organizado, porque la seguridad de nuestros ciudadanos -como es responsabilidad de todos los Presidentes y Jefes de  Estado o de Gobierno-, es sin duda una preocupación central de todo gobierno.
 
Nuestra política migratoria busca equilibrar el derecho soberano de los Estados para regular la forma en que ingresan y permanecen en nuestros países, con el debido y necesario respeto a las garantías y a los deberes fundamentales que tenemos con los migrantes, deteniendo la inmigración irregular, sancionando las actividades delictuales y acogiendo a aquellos que vienen a integrarse en forma legal, y cumpliendo nuestras leyes, a nuestras sociedades.
 
El segundo gran desafío es el desafío del desarrollo.
 
Hace 6 meses, cuando asumí por segunda vez la Presidencia de Chile, nos comprometimos a una gran misión:  transformar a Chile en un país desarrollado, sin pobreza, con mayor igualdad de oportunidades y también con mayor solidaridad, antes que termine la próxima década.
 
Porque el verdadero desarrollo es mucho más que crecimiento económico. Por eso hablamos de desarrollo integral, que abarque todas las esferas del quehacer humano; de desarrollo inclusivo, que llegue a todas las familias, personas y regiones; y desarrollo sustentable, que sea protector y armonioso con la naturaleza y con el medio ambiente.
 
Ése es el verdadero desarrollo que necesitamos todos los pueblos y países del mundo y que, por lo demás, casi todos hemos ratificado a través de nuestro compromiso con los Objetivos del Milenio en el pasado, y con los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) y la Agenda 2030, con la cual hoy estamos comprometidos, bajo el auspicio de Naciones Unidas.
 
Por eso, la defensa y el fortalecimiento del multilateralismo y del libre comercio, al que muchos han aludido esta semana, hoy día enfrenta grandes amenazas, incluyendo guerras comerciales, guerras tarifarias, y que ya conocimos sus efectos cuando vivimos la gran depresión del siglo pasado.
 
La dimensión económica, desde luego, es muy importante: necesitamos promover y fortalecer más que nunca un sistema internacional que promueva el libre comercio, basado en reglas claras y acordadas, que sean previsibles y que permitan la existencia de mecanismos de solución pacífica de controversias, y no a través de conflictos, enfrentamientos o guerras tarifarias.
 
Pero también debemos preocuparnos de construir una cultura y una comunidad internacional cuyos ladrillos se basen en principios y valores, como la libertad, la dignidad humana, el respeto irrestricto a los derechos humanos, la igualdad de género, la lucha contra el cambio climático y contra las nuevas amenazas que surgen hoy día, entre ellas, las amenazas que vienen del ciberespacio.
 
Este desarrollo integral, inclusivo y sustentable nos exige tomar medidas enérgicas para garantizar una plena igualdad de derechos, dignidad y oportunidades entre hombres y mujeres, y una tolerancia cero, una cultura de tolerancia cero con todo tipo de violencia o discriminación en contra de la mujer.
 
El verdadero desarrollo de nuestras sociedades puede medirse por el trato que damos a los miembros más vulnerables de nuestras sociedades, como los niños, las mujeres, los adultos mayores, los enfermos y los más pobres. Y en muchos de estos campos, en muchos de nuestros países, aún nos queda un largo camino por recorrer.
 
Hoy nuestro planeta enfrenta grandes amenazas y desafíos, como son el deterioro del medio ambiente, el calentamiento global, la desertificación creciente, la destrucción de la capa de ozono, el agotamiento de recursos naturales, la pérdida de biodiversidad, la contaminación del aire, el agua y el suelo, la destrucción de bosques, y muchos más.
 
Tiempo atrás, grandes y prestigiosas revistas publicaron una foto del Planeta Tierra con la leyenda que decía “¡Salvemos el Planeta Tierra!”
 
La verdad es que ésa no es la principal preocupación. El planeta Tierra ha existido por más de 4 mil millones de años, y ha logrado sobrevivir a todo tipo de catástrofes, como inundaciones, glaciaciones, calentamiento, terremotos.  Lo que realmente está en riesgo es la supervivencia de los seres humanos en el planeta Tierra, porque durante esta larga existencia, 99 de cada 100 especies que alguna vez existieron, hoy día ya no existen y, sin duda, no queremos que el género humano se sume a esta triste lista de extinciones.
 
Y sabemos que el medioambiente está cambiando y el calentamiento global está avanzando más rápido que nuestros esfuerzos por entenderlo, protegerlo y detenerlo. Y las alarmas de advertencia siguen sonando. Nuestros ciudadanos siguen marchando, y no podemos pretender no escucharlos.
 
Tenemos un deber de responder ahora a los gritos desesperados que la naturaleza está dando, pidiendo que la protejamos, para que ella nos pueda proteger a nosotros. Y en esto ya no hay tiempo que perder, ni vacilaciones que aceptar, porque el tiempo ha dejado de ser un aliado y se ha transformado en un adversario.
 
Señoras y señores:
 
La respuesta de nuestra generación a este gigantesco desafío va a ser, sin duda, juzgada por nuestros hijos, nietos y los que vendrán, porque la amenaza del cambio climático y la forma en que lo enfrentemos va a definir los contornos de este siglo y de los que vendrán, y requiere un profundo esfuerzo multilateral. Sabemos que es una amenaza verdadera, seria, urgente y progresiva, y que no podemos seguir ignorando, postergando o relativizando.
 
Ninguna nación está inmune a esta amenaza, pero Chile es un país especialmente vulnerable. Mi país es un verdadero observatorio y laboratorio natural, porque posee una diversidad de ecosistemas terrestres, marinos, costeros, glaciares y de toda naturaleza, y también ecosistemas insulares que son únicos en el mundo, y que en su conjunto albergan más de 30 mil especies de plantas, animales, hongos o bacterias.
 
Además, Chile tiene una geografía única, producto de las barreras naturales, como son la Cordillera de los Andes, por el este; el Océano Pacífico, por el oeste; el Desierto de Atacama, por el norte; y la Antártica, por el sur. Y esto hace que tengamos especies que sólo existen en nuestro país. Por ejemplo, en la Isla Robinson Crusoe, en el Archipiélago de Juan Fernández, casi el 90% de sus especies de peces son endémicas, es decir, sólo existen en ese entorno. Éste es el porcentaje más alto a nivel mundial.
 
Y, sin embargo, esa virtud también es nuestra debilidad, porque Chile como observatorio natural está tremendamente expuesto a los riesgos y amenazas del cambio climático y el calentamiento global.
 
De hecho, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático define 9 grandes factores de vulnerabilidad, de los cuales 7 existen en nuestro país:  áreas costeras de baja altura, zonas áridas o semiáridas, grandes zonas de bosques, territorio susceptible de desastres naturales, áreas propensas a sequías o desertificación,  zonas urbanas con problemas de contaminación atmosférica, y ecosistemas montañosos, lo cual nos obliga a buscar fórmulas urgentes y eficaces para adaptarnos y poder enfrentar la amenaza del calentamiento global.
 
Como Presidente de Chile, estoy especialmente comprometido con un desarrollo que sea sustentable, es decir, respetuoso y amistoso con la naturaleza y el medioambiente. La amenaza, que alguna vez la veíamos muy distante, hoy ya está entre nosotros, y somos testigos de los efectos letales que estos cambios han producido y pueden seguir produciendo para las actuales y futuras generaciones.
 
Y en esta materia no hay tiempo que perder: llegó el momento de tomar el toro por las astas y hacer todo lo que sea necesario para cambiar el curso de la historia.
 
¿Qué hemos hecho en Chile?
 
En primer lugar, nos hemos comprometido con la creación de Áreas Protegidas, como un elemento esencial de conservación de la biodiversidad. 
 
Chile ha sido líder regional y mundial en la formación de Áreas Protegidas, que iniciamos a comienzos del siglo pasado, con la Reserva Nacional Malleco. Actualmente tenemos 180 Áreas Protegidas,  marinas y terrestres, que suman más de 120 millones de hectáreas.
 
También, hemos asumido un fuerte compromiso con la conservación de nuestros océanos, su biodiversidad y el uso sostenible de sus recursos.
 
Ya hemos protegido más del 13% de nuestra Zona Económica Exclusiva, y Chile tiene más de 4.200 kilómetros de costa. Y, además, estamos en camino de acercarnos a un 40% de protección, teniendo el Área Marina Protegida más grande de América Latina, y una de las más grandes del mundo, como es la que existe en torno a la maravillosa Isla de Pascua o Rapa Nui.
 
También, la Ruta Energética que estamos siguiendo, para impulsar una matriz más limpia, más segura, más económica y más diversificada, con un fuerte impulso al proceso de descarbonización, nos ha permitido avanzar sustancialmente en el desarrollo de las energías limpias, renovables, especialmente las que tienen que ver con la energía de los volcanes, Chile tiene el 25% de los volcanes activos del mundo, la energía del viento y la energía solar, teniendo el desierto con la mayor radiación del mundo.
 
Y, además, avanzando decididamente a sacar los combustibles fósiles de nuestro sistema de transporte y avanzar hacia la electro-movilidad, como una solución más definitiva y compatible con estos objetivos.
 
Y estamos enfrentando también la amenaza del plástico para nuestro planeta.  Hemos comprendido la importancia de que todos los gobiernos actuemos a tiempo para impedir que alcancemos las 12 mil millones de toneladas de desechos plásticos en la naturaleza, que estamos cerca de alcanzarlo, y que van a significar que van a haber más bolsas plásticas en los océanos, que peces en esos mismos océanos.
 
Me da gran alegría que el primer Proyecto de Ley que aprobamos durante nuestro Gobierno, fue la prohibición de entrega de bolsas plásticas en el comercio en nuestro país, siendo Chile el primer país de América Latina en restringir la distribución gratuita de todo tipo de bolsas plásticas que tiene un solo uso.
 
De hecho, una bolsa plástica toma segundos en producirse, en promedio se utiliza por 15 minutos desde el supermercado al hogar, pero después toma 400 años en biodegradarse.  Esto significa que, por unos pocos minutos de uso, la naturaleza y la humanidad deben sufrir el efecto dañino de estas bolsas plásticas por más de 400 años.
 
Debemos definitivamente enfrentar muchos de estos problemas con una nueva actitud y superar la concepción de que el crecimiento económico y la protección del medio ambiente son dos objetivos incompatibles. De hecho, el crecimiento es y debe ser sostenible y sustentable, o simplemente no va a ser. Y debemos también abandonar esa cultura de lo desechable y volver a abrazar la cultura de lo reciclable.
 
De hecho, la contaminación ha golpeado a mi país y en forma muy cercana y muy dramática: en las últimas semanas, dos comunas de nuestro país, Puchuncaví y Quintero, que son zonas que llevan mucho tiempo saturadas de contaminación, sufrieron graves episodios de contaminación ambiental, que afectaron la salud de muchos de nuestros compatriotas.
 
Dada la gravedad de la situación, visité inmediatamente la zona afectada para reunirme con las autoridades y con las comunidades, y poder ver y sentir con mis propios ojos y sentidos los efectos dramáticos que esta catástrofe estaba significando. Y ese día ratificamos un compromiso con nuestros compatriotas: cambiar la historia de esas dos localidades y de muchas otras, de forma tal de poner en marcha un plan para superar la situación de emergencia y proteger la salud de sus habitantes, pero también hacernos cargo de una solución definitiva, que nos permita proteger mejor la calidad y la sanidad del agua, del aire y del suelo, a través de un monitoreo permanente y con los mejores estándares tecnológicos disponibles, con normas extraordinarias en materia de emisión de las empresas contaminantes, y un plan completo de descontaminación, que nos va a permitir terminar con estas situaciones y lograr una solución definitiva que termine con lo que en nuestro país se ha denominado “zonas de sacrificio”.
 
Sabemos que la naturaleza no es una herencia que hemos recibido de nuestros padres y de la cual podemos disponer a nuestra voluntad. Sabemos que es un préstamo que hemos recibido de nuestros hijos, nuestros nietos y los que vendrán, y tenemos que cuidarlo y devolvérselo mejorado.
 
Y este desafío involucra a todos los actores de la sociedad, porque para encauzar el esfuerzo colectivo y multisectorial, tenemos que comprometernos todos.
 
Y a eso apunta la Ley Marco de Cambio Climático que estamos promoviendo a nuestro país, que nos va a permitir disminuir en un 30%, con respecto al año base, nuestras emisiones de gases de efecto invernadero hacia el año 2030. Y para eso, tenemos que agregar la variable del cambio climático en todas las políticas públicas, y también en los compromisos del sector privado. De hecho, esto lo estamos haciendo a través de incorporar las políticas de medioambiente y de cambio climático en nuestro sistema nacional de inversiones, el sistema de evaluación del gasto público y en nuestro sistema de evaluación de impacto ambiental.
 
Y también estamos incorporando estas preocupaciones y compromisos en todos nuestros Acuerdos Comerciales, tanto bilaterales como multilaterales, como lo hicimos, por ejemplo, en el CP-TPP (TransPacific Partnership) que reúne a 11 países en ambas orillas del inmenso Océano Pacífico y también en la forma en que estamos enfrentando la apertura y crecimiento de la Alianza del Pacífico.
 
Y estos avances, sin duda, han logrado y van a seguir logrando reducir significativamente nuestras emisiones de carbono y, al mismo tiempo, hacer crecer nuestra economía. Porque el desafío es muy exigente, requiere también una gran voluntad y una necesaria ambición.
 
Pero en esto, tenemos dos grandes aliados.
 
Primero, la tecnología. Hoy la imaginación, la innovación, el avance científico y tecnológico, producto de la libertad, la creatividad de hombres y mujeres libres, nos ha dado instrumentos de los cuales antes no disponíamos para enfrentar esta nueva y grave amenaza. Por eso, tenemos que seguir impulsando y promoviendo a nuestros emprendedores tecnológicos y científicos para que se sumen a esta lucha y evitar repetir los mismos errores del pasado.
 
Hemos conocido en los últimos días una iniciativa para limpiar con mayor eficacia la basura y los residuos plásticos en nuestros océanos y son esas tecnologías las que estamos aplicando en nuestro país, para poder cumplir con nuestro compromiso.

Por otra parte, el sistema multilateral nos convoca a actuar en forma coordinada, y eso es precisamente el fin de lo que ha planteado Naciones Unidas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Sin embargo, sabemos también que muchas veces la burocracia ralentiza la acción de Naciones Unidas, y tenemos que mejorar la coordinación, ser capaces de generar más delivery, más accountability y, al mismo tiempo, enfocarnos más en los resultados y no tanto en los procesos. 

Como dijo un gran Presidente de Estados Unidos, nuestra generación tiene una doble condición única: por una parte, somos la primera generación que está sufriendo los efectos del cambio climático y, al mismo tiempo, somos la última generación que puede detener este cambio climático.
En materia de Derechos Humanos, que fue el tercer desafío planteado por Kofi Annan 20 años atrás en esta misma Asamblea, el desafío de los derechos humanos, la libertad, la democracia y el Estado de Derecho.

Hace 5 años, en este mismo podio de la Asamblea General de Naciones Unidas, pude compartir las lecciones y enseñanzas que logramos los chilenos al recordar 40 años desde que nuestro país vio interrumpida su democracia.

Las lecciones del quiebre democrático y de la recuperación de nuestra democracia son categóricas. La primera y más importante es que siempre existen normas morales y jurídicas que deben ser siempre respetadas por todos: combatientes y no combatientes, civiles y militares, jefes y subordinados, de forma tal que atrocidades como la tortura, los crímenes de lesa humanidad, el terrorismo, el asesinato por razones políticas, la desaparición forzada de personas, nunca sean justificadas en ningún contexto, en ningún tiempo, en ningún lugar y en ninguna circunstancia.

La libertad, la democracia, la paz y la amistad cívica son valores mucho más frágiles de lo que solíamos creer, por lo que jamás debemos darlos por garantizados. Necesitan siempre ser valorados, enseñados, promovidos y protegidos, porque son como el aire, cuando lo tenemos, no lo echamos de menos; cuando lo perdemos, muchas veces es tarde para recuperarlo.

Hoy, en Chile estamos a pocos días de cumplir 30 años desde el plebiscito del 5 de octubre que nos abrió las puertas para recuperar nuestras libertades y nuestra democracia. Y quiero aprovechar este momento para referirme a las dos grandes transiciones que nuestra generación ha debido enfrentar en Chile.

La primera fue la transición que nos permitió recuperar las libertades y la democracia, la hicimos con inteligencia y en forma ejemplar, porque normalmente estas transiciones son en medio de crisis políticas, caos económico y violencia social; nada de eso ocurrió en nuestro país y logramos recuperar nuestras libertades y nuestra democracia en forma muy ejemplar.
Pero esa transición ya es historia.

La nueva transición, nuestra transición, aquella que está en marcha y depende de nosotros, es transformar a Chile, la colonia más pobre de América Latina en los tiempos de España, en un país desarrollado, sin pobreza, con mayor justicia social e igualdad de oportunidades, y en que todos podamos desarrollar los talentos y los proyectos de vida, y poder tener una vida más plena y más feliz, antes de que termine la próxima década. Y esa transición tenemos que hacerla con la misma unidad, grandeza e inteligencia con que hicimos la transición que nos permitió recuperar nuestra democracia.

En materia de derechos humanos, quiero hoy establecer con mucha fuerza y claridad que los derechos humanos, la libertad, la democracia, en los tiempos modernos, no reconocen fronteras.
Y por eso quiero traer a esta Asamblea General de Naciones Unidas la voz del pueblo venezolano, que el régimen del Presidente Maduro ha enmudecido. Venezuela es un país hermano que por largas décadas fue una democracia, que logró un gran progreso y bienestar para su pueblo y que también abrió generosamente sus fronteras para que muchos latinoamericanos pudieran encontrar en ese país el acogimiento, la protección y las oportunidades que no encontraban en sus propias tierras.

Desgraciadamente, hoy Venezuela está gobernada por un régimen que no respeta ninguno de esos principios, ni la libertad, ni la democracia, ni los derechos humanos, y es una sociedad asolada por una crisis moral, política, económica, social y humanitaria:
Moral, porque no se respetan los valores básicos de los derechos humanos;
Política, porque no hay democracia, no hay Estado de Derecho, no hay separación de poderes, no hay libertad de expresión, y hay cientos de pesos políticos;
Económica, porque Venezuela, que fue el país más rico de América Latina, hoy tiene menos de la mitad de la capacidad de producir que tuvo en sus mejores tiempos;
Venezuela, de hecho, es un país que está viviendo una tragedia, porque sus habitantes están huyendo de condiciones ínfimas y precarias de existencia. Muchos, demasiados, están perdiendo literalmente sus vidas, por falta de alimentos y por falta de medicamentos, y el Presidente Maduro negando esta situación, no abre las puertas a la ayuda humanitaria, que muchos países estamos dispuestos a entregar.

En los últimos 4 años, más de 2 millones de venezolanos han debido abandonar su país, producto de esta crisis que acabo de mencionar.

Yo me pregunto, ¿cómo puede ser un Presidente tan ambicioso, tan insensible, que está dispuesto a causar ese grado de dolor y sufrimiento a su propio pueblo, con tal de retener o aferrarse al poder?

Pero Venezuela no es el único. También en países como Nicaragua, donde ya han muerto más 400 personas por la violencia generada por el Estado y por el Gobierno del Presidente Ortega. De hecho, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos constató la existencia de asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, malos tratos, tortura y detenciones arbitrarias, pero fue expulsada de Nicaragua hace un mes.

También algo similar ocurre en Cuba, que lleva más de 60 años sin libertades, sin democracia y sin respeto básico a los derechos humanos, porque se llevan a cabo detenciones arbitrarias; se ha censurado, igual que en Venezuela y Nicaragua, la libertad de expresión, que está garantizada por el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de estas Naciones Unidas.
Chile no reconoció la legitimidad de las elecciones presidenciales recientes en Venezuela, porque no cumplieron requisitos mínimos y necesarios para ser una elección libre, democrática, transparente, conforme a los estándares internacionales. Y, por tanto, no reconocerá la legitimidad del nuevo gobierno que surge a partir de esas elecciones.
Y va a continuar siempre haciendo todo lo que esté a su alcance, dentro del derecho internacional, para ayudar al pueblo venezolano a recuperar su libertad, su democracia y el respeto a los derechos humanos, y salir de esta triste tragedia que afecta a ese país.

Pero para eso necesitamos el sustento del sistema multilateral, y especialmente de la Organización de Naciones Unidas. Creemos necesario que esta Organización, a través del Consejo de Seguridad, aborde las crisis democráticas y humanitarias que afectan a estos países.
 
Lo decía antes, en los tiempos modernos la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos no reconocen ni debieran reconocer fronteras. Por eso Chile utilizará todos los mecanismos que están permitidos por el derecho internacional para colaborar, con toda su fuerza y compromiso, a la recuperación de la libertad, la democracia y los derechos humanos en estos países.
 
Las Naciones Unidas -y quisiera terminar estas palabras con una reflexión sobre el estado actual y las reformas y modernizaciones que muchos países creemos que Naciones Unidas requiere hoy día y con mucha urgencia- ha contribuido en innumerables ocasiones a la mantención de la paz y la seguridad internacional, como una piedra angular del multilateralismo, hoy ve esta competencia muy restringida y muy limitada.
 
Hemos perdido la habilidad de prevenir crisis y fortalecer instituciones de los Estados miembros, con el objetivo de generar una verdadera cultura de resiliencia democrática, capaz de sobrevivir a quiebres, como el que viven algunos países de nuestra región. Y por eso creemos que llegó el tiempo en que esta Organización de Naciones Unidas se modernice -al igual como lo han planteado en tantas ocasiones tantos de sus Estados miembros- para que pueda actuar de forma más rápida y más eficiente frente a los desafíos de estos tiempos modernos.
 
La estructura de las Naciones Unidas, y muy especialmente su Consejo de Seguridad, es herencia de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, que terminó hace ya más de 70 años, y que no responde a las necesidades y desafíos de los tiempos actuales. De hecho, todos sabemos que algunos de los Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad ejercen o amenazan con ejercer su derecho a veto, más basados en sus propios intereses, o los de sus aliados, que en su deber de preservar la paz y la seguridad en todos los rincones de nuestro planeta.
 
Y esta conducta ha restado y está restando eficacia a un órgano fundamental de las Naciones Unidas, y que concentra no solamente un inmenso poder, sino que una tremenda responsabilidad, que es preservar la paz y la seguridad en nuestro planeta.
 
Y, además, la composición actual del Consejo de Seguridad no refleja el mundo actual y no entrega una adecuada representatividad a continentes enteros, como África o América Latina, o a países como Alemania, India o Japón.
 
Por eso, quiero terminar estas palabras, resaltando la importancia de que el desarrollo no solamente debe ser sostenible; también la paz debe ser sostenible.
 
Y es precisamente en estos momentos, cuando los valores que compartimos como comunidad internacional deben guiar e iluminar nuestra actuación y nuestro camino. Los pueblos deben estar unidos no solamente por el libre comercio; es la preservación de la paz, la seguridad y el respeto a valores fundamentales lo que llevó a crear esta Organización. Y, por lo tanto, son esos mismos valores los que deben iluminar y guiar los caminos del futuro.
 
Sólo reivindicando, y con mucha fuerza y coherencia, estos valores, Naciones Unidas podrá cumplir con sus responsabilidades y con los desafíos de este nuevo mundo actual en el cual vivimos. Porque junto a las formidables amenazas que tenemos que enfrentar, como el terrorismo, el calentamiento global y las migraciones masivas, también tenemos magníficas oportunidades generadas por la libertad, la imaginación y la creatividad sin límites de los hombres y mujeres libres de nuestro mundo.
 
Muchas gracias.